sábado, 19 de noviembre de 2022

premundial2022.5

Que el fútbol es un deporte de equipo es obvio pero Messi lo cambió todo. Por exceso, porque en sus inicios y en su plenitud cada una de sus actuaciones era una fiesta. Y hubo muchos que se hicieron de Messi, que no del Barsa. Porque se esperaba a que tomara el balón y que aplicara pausa o carrera, al principio sólo lo segundo, porque se esperaba el giro imprevisible o el dribling que siempre soñamos, porque encaraba y definía, porque los demás parecían pequeñitos aunque le sacaran cabeza y media, porque se sabía que con él nada sería igual y sin él nos quedaríamos huérfanos. Pero la vida avanza y los veteranos como yo seguimos esperando una resurrección improbable o al menos unas pinceladas del astro, y yo me decanto, así que si no gana la España lo haga la Argentina y aquellos de allá se queden roncos de tanto gritar y festejar. 

Mientras, quedamos a la espera del nuevo ídolo, vestido de azulgrana, blanco, rojiblanco o rayado horizontal, aquel que por sí sólo pueda congregar esperanzas y expectativas, descongelar el tedio y arrastrarnos con los ojos abiertos. Hasta puede pasar que yo ya no lo vea

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