En esta época de expansión generalizada tras el enésimo fin de la pandemia hemos vuelto a las fiestas multitudinarias donde se compite por ver qué pueblo o ciudad se divierte más, bebe más o hace más ruido. Siempre dispuesto a sentir empatía por el prójimo siento decir que hay cosas por las que no puedo pasar, de lo contrario me haría cómplice de la estupidez, y es que hay excesos incomprensibles y comportamientos reprochables. Sin ir más lejos, en San Sebastián de los Reyes se celebra algo y se genera ruido en abundancia, interminable ese ruido, nocturno. Y para colofón, a las ocho de la mañana se disparan dos cohetes, pero no petardos, dos grandiosos cohetes que son escuchados en kilómetros a la redonda. Antes anunciaban el comienzo y el fin del encierro. Ahora se tiran uno tras del otro, y no es que los toros hayan corrido a la velocidad de la luz, no, el encierro se celebra horas más tarde. Pero la mente lúcida y clara ha decidido seguir haciendo ruido, manteniendo la costumbre popular de antaño, maldito popularismo y maldito antaño, lo que demuestra que la imbecibilidad no tiene límites.
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Hace 1 mes
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