Ignoro todo o casi todo, y
a pesar de eso escribo esto, a partir de una imagen, la que tengo ahí guardada
y que vuelve al primer plano el 31 de enero de 2021, una tarde en la que la
televisión me trae un reportaje sobre la selección de Brasil y su victoria en
el mundial de fútbol de 1970. A pesar de mi ignorancia apuesto por cuatro
certezas, quizás ni eso, quizás es el recuerdo del recuerdo de esa imagen lo
que va dibujando todo de nuevo.
Pero hablemos de esas certezas,
yo estoy en un bar, creo que sé dónde estaba el local y miro a una tele. Y juegan
al fútbol. Y mi padre y alguien más están conmigo. Ya he pasado de cuatro.
Es domingo, 21 de junio de
1970, hora del mediodía en México. Final del mundial, ¿seis de la tarde en
España?, ¿iríamos adrede a ver el partido? Dos horas de pie en un bar parece
demasiado tiempo, mejor verlo en casa. ¿Veníamos de algún sitio y paramos?, ¿de
dónde y en cuantos coches?, ¿bebí una coca-cola? Las camisetas amarillas y
azules son grises. La tele está en alto, es pequeña, hasta puede que la imagen se
mueva, es por la distancia, México está lejos. Gente, gente que habla y puede
que chille. Tengo siete años, veo a jugadores, busco a Pelé, el balón debe de
estar por algún sitio. Puede que pregunte algo, que me hablen, no recuerdo nada
de eso. Mi padre, su primo y quizás un cuñado de éste, cómo es posible que yo
viera algo con tanto adulto alrededor.
Y todo eso allí donde se
giraba para Escalmendi, carretera de Durana. No sé qué existe de todo eso,
quedan las longitud y la latitud de establecimiento, las que siempre serán, las
que olvidé recordar, igual que el nombre del bar que estaba escrito en el
letrero, igual que las conversaciones, igual que los posos que ese día me dejó.
Y ahora viene la última
certeza, la más real, quizás la única, yo era feliz, por la sencilla razón de
que estaba a su lado.
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