Las ovejas se recogieron, trotando, balando. Ahora ven caer la sombra infinita, la que nos aguarda a la entrada del bosque, tras una curva, tan oscura como la boca del lobo. Paseamos sin ver. Nos ayuda mínimamente la luz del móvil que obedece a su voz. Apenas distinguimos los árboles para no chocarnos. Asoma un leve escalofrío, lo que hace que busquemos la mano del otro.
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