El día que salieron los niños a pasear
vi desde la terraza una línea. Perdón, muchas, las había rectas, horizontales,
verticales, algunas se cruzaban y formaban ángulos. Otras no acababan nunca,
como la línea del cielo.
Y un par de días después fallecía
Michael Robinson. A veces aciertan los que dicen que siempre se van los
mejores. Con hablar de eterno aprendiz de castellano nadie le pedía cuentas ni
falta que hacía. Porque todo quedaba tamizado por su humor. O cómo ver un
partido al lado de alguien de quien no se espera nada más, que diga lo que le
sale, a su manera, un aficionado, un buen tipo.
Alguien que no llegó a la desescalada,
que no llegará a la nueva normalidad, como si hubiera una antigua, que se nos
pasó el mes de Abril sin pisar las calles, y ahora vemos que se nos presenta
otra vez la vida, en pequeñas dosis. Más de uno tendrá miedo al salir del
cascarón, del calor del hogar.
No sé por qué me acuerdo ahora de esos
leones que tragaban cartas, con la boca pulida de tantas manos de niños que las
tocaron. Y no, no me daban miedo.
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