viernes, 15 de mayo de 2020

silencio


Oigo cosas que nadie ha oído, y que yo preferiría no oír. Aguzar los sentidos, ese especialmente, para desde el silencio constante escuchar conversaciones que no quiero ni necesito atender. Nadie se merece escuchar las vidas ajenas. Chillidos, discusiones, respuestas que dan vergüenza ajena. Nombres de mascotas, hablan con ellas, las interpelan, y les llega el silencio. Oigo teléfonos, los sonidos del cuerpo, las camas que hacen ruido y no por amor, es falta de algo. Hay sorderas que hacen que se hable más alto, que se chille, que se muerda con el habla, que no se repare, que da igual, que les da igual. Oigo radios, televisores, músicas, los sonidos de los mensajes de múltiples aplicaciones, se pueden silenciar. Desconozco si lo desconocen. Oigo presentadores de televisión que deberían no presentarse ya ni en su casa. Oigo de más. Y los teléfonos siguen sonando. Y las voces que no paran, que te vayas a lavar, que te vayas a dormir. Órdenes para el mundo, el que permanece en silencio. Los niños no molestan, molestan sus mayores, seres racionales. Qué manía tenemos los seres humanos. Qué manías. Me gustaría coger un altavoz y tomar al asalto las voces extrañas, devolverles algo de lo que exportan. No se dan cuenta, o no se quieren dar cuenta, o les da igual. Hasta escucho perros lejanos que van a salir a la calle y que avisan por alguna tubería invisible que me rodea. Un murmullo que se transforma en ladrido amplificado cuando abren la puerta para sacarlo de su confinamiento. Nunca los perros gozaron de tantas ventajas en comparación con el hombre. De poco les vale, no aprendieron a hablar en este periodo, tampoco a escribir. No sé si es una vida de perros, tampoco. Ni se pusieron enfermos ni murieron como perros. Qué diferencia con algunos de nuestros semejantes. Y alguien se empeña en que nos abracemos a la salida. Como no sea a una farola. Nadie me preguntó nada. Nadie se interesó por mí, ni yo por ellos. Por qué habríamos de hacerlo.

No hay comentarios: