domingo, 21 de octubre de 2018

aguilar de campoo


Pasa el Pisuerga, quién lo hubiera dicho, la ignorancia crece o el conocimiento se esfuma, complementarios. Y está la zapatería que recordaba. Como es posible que el cerebro guarde punteros a zapatos chicos, de niños, de entonces. Es Aguilar de Campoo, donde Mónica Estébanez expone acrílicos en la biblioteca Bernardo del Carpio. Ella lo hace bien. El que da nombre al lugar es personaje de leyenda, dicen. No se sabe de su real existencia, caballero de la Edad Media, guerrero. No huele a galleta, ni antes ni ahora mientras la tarde languidece entre soportales donde unos se sientan y los pequeños juegan. La gente se conoce en el cine que da dos sesiones, escasos espectadores que bromean sobre lo acertado de elegir sala. Hay quien duda delante de la puerta, hay quien abandona antes, hay quién ríe, y hasta alguien habrá dormido.  A la salida todavía hay bares de partida de hombres que no quieren volver a casa. De lunes a martes sucede la noche, y el hotel amanece caldeado por la calefacción. Se agradece. El desayuno en cafetería concurrida da energía para subir al castillo por empinada cuesta. Majestuoso, solitario y abandonado. Rayos de sol de día y luces de noche que lo iluminan. Bancos de niebla en el Pisuerga. Vista que merece la pena. En Santa Cecilia, primera etapa de las Edades del Hombre, se amontonan los niños en la entrada, luego el orden los pone en grupos de oyentes con cascos. Pocas obras aquí  estando lo mejor en la construcción,  un capitel que habla de la matanza de los inocentes. Paseo hasta la Colegiata de San Miguel, hay mercado. Punto fuerte de la muestra 2018, la audio guía nos dice que en 1621, Fray Iván de las Ruelas escribió un libro titulado “Hermosura corporal de la madre de Dios”. La Inmaculada de Alonso Cano lo atestigua. Si vamos a la escultura encontramos una Presentación de la virgen en el templo,
de Gil de Silóe, 1486-1492, que viene de la Catedral de Burgos, donde múltiples figuras parecen querer ser el centro de la escena. El retablo de la propia Colegiata brilla por sí mismo, sin autoría definida. Y aparte del lienzo de Daniel Quintero, Yaacob en su sueño, de 2017, el plato fuerte es el Cristo del Perdón, de Manuel Pereira. Se le puede dar la vuelta, admirarlo, y en la distancia, de unos metros, capturar otra perspectiva, la que te mira, la que hace despegar su cuerpo del madero, la que parece recrearse en un escorzo diferente, no hierático, vivo, casi altivo. Viene de San Juan de Rabanera en Soria (1655). Después el mercado se animó del todo, se compra y se vende, según el lado. Carretera y manta, y parada en Lerma para comer.

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