Pasa el Pisuerga, quién lo hubiera
dicho, la ignorancia crece o el conocimiento se esfuma, complementarios. Y está
la zapatería que recordaba. Como es posible que el cerebro guarde punteros a
zapatos chicos, de niños, de entonces. Es Aguilar de Campoo, donde Mónica Estébanez
expone acrílicos en la biblioteca Bernardo del Carpio. Ella lo hace bien. El que
da nombre al lugar es personaje de leyenda, dicen. No se sabe de su real
existencia, caballero de la Edad Media, guerrero. No huele a galleta, ni antes
ni ahora mientras la tarde languidece entre soportales donde unos se sientan y
los pequeños juegan. La gente se conoce en el cine que da dos sesiones, escasos
espectadores que bromean sobre lo acertado de elegir sala. Hay quien duda
delante de la puerta, hay quien abandona antes, hay quién ríe, y hasta alguien
habrá dormido. A la salida todavía hay
bares de partida de hombres que no quieren volver a casa. De lunes a martes
sucede la noche, y el hotel amanece caldeado por la calefacción. Se agradece. El
desayuno en cafetería concurrida da energía para subir al castillo por empinada
cuesta. Majestuoso, solitario y abandonado. Rayos de sol de día y luces de
noche que lo iluminan. Bancos de niebla en el Pisuerga. Vista que merece la
pena. En Santa Cecilia, primera etapa de las Edades del Hombre, se amontonan
los niños en la entrada, luego el orden los pone en grupos de oyentes con
cascos. Pocas obras aquí estando lo
mejor en la construcción, un capitel que habla de la matanza
de los inocentes. Paseo hasta la Colegiata de San Miguel, hay mercado. Punto fuerte
de la muestra 2018, la audio guía nos dice que en 1621, Fray Iván de las Ruelas
escribió un libro titulado “Hermosura corporal de la madre de Dios”. La Inmaculada de Alonso Cano
lo atestigua. Si vamos a la escultura encontramos una Presentación de la virgen
en el templo,
de Gil de Silóe, 1486-1492, que viene de la Catedral de Burgos,
donde múltiples figuras parecen querer ser el centro de la escena. El retablo
de la propia Colegiata brilla por sí mismo, sin autoría definida. Y aparte del
lienzo de Daniel Quintero, Yaacob en su sueño, de 2017, el plato fuerte es el
Cristo del Perdón, de Manuel Pereira. Se le puede dar la vuelta, admirarlo, y
en la distancia, de unos metros, capturar otra perspectiva, la que te mira, la
que hace despegar su cuerpo del madero, la que parece recrearse en un escorzo
diferente, no hierático, vivo, casi altivo. Viene de San Juan de Rabanera en
Soria (1655). Después el mercado se animó del todo, se compra y se vende, según
el lado. Carretera y manta, y parada en Lerma para comer.
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