jueves, 16 de agosto de 2018

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Amanece soleado el sábado y vamos andando hasta Covent Garden donde ya se vende y se come. El showman hace reír con una raqueta y un monociclo. De ahí tomamos el metro, el tubo que surca las entrañas de Londres. Un tanto claustrofóbico, hace calor. Salida en Camden Town donde el gentío es enorme. El mercado cambió para dejar de ser rastro y pasar a ser algo más fabricado y de diseño. Hay más comida también que en nuestra última visita. Echamos en falta la autenticidad de antes, o más bien el tipo de cosas que se vendían antes, todo era más antiguo. Comemos en tuper que se llena de comida china. Escaleras para sentarnos mientras. En Uber al London Bridge, sale más barato que el metro. Un viaje con algún atasco y semáforos. Allí se encuentra el Borough Market, mercado de siempre con cantidad de puestos para comer allí igualmente. Después pasear y echar una lágrima en la estación, pasamos de cuatro a dos. Entramos en la Tate, me decepciona un tanto. Museo de arte moderno, inmenso edificio, dos, con sensación de espacio semivacío. Gratuito, mucha gente y pocas obras que recordar. Una buena vista en 360 grados desde el piso 10, Londres se llena de rascacielos y de grúas que se elevan sobre los tejados de siempre. También se ven torres de viviendas de lujo que se abren al abismo tras enormes cristaleras, y que son fácilmente objeto de curiosidad desde la altura. No parecen estar en casa. Carteles que recuerdan: respete la intimidad de los vecinos. Cenamos en italiano, y andamos hasta el hotel. Parece que la ciudad no duerme.

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