jueves, 16 de agosto de 2018

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Martes, sol de nuevo en el sur de Inglaterra. Volvemos a la estación de techos de antaño, que hace curva. Tonos azules y blancos y mucha luz a través de los cristales. El reloj parece parado en las 8 y 25 minutos. Viajamos hacia Seaford entre árboles y cientos de casas en hileras que tienen en común chimeneas y estructura. Lo verde asoma por doquier aunque no llueva y los tejados ponen otra nota de color. La revisora pide los tickets mientras atravesamos los campos, también de cereales, que ocupan suaves colinas. Aproximaciones lentas, salidas que dejan ver un paisaje. Acelerar, parar, ruido de raíles, frenos. Ovejas pastando y vacas, éstas incluso andando. El tren se vació. ¿Estamos solos? La respuesta es no. En destino tomamos un autobús al centro desde donde parten las rutas a Seven Sisters, siete colinas cortadas que forman un acantilado de pared blanca. Paseo agradable hasta llegar a la playa de piedras que cuesta caminar. El mar se torna tranquilo. El paisaje bien vale el paseo. Calor. Blancos, azules y verdes. Un avión que parece un caza antiguo rompe el silencio. Imaginar el ruido de la guerra de verdad produce escalofríos. ¿Crepita el musgo al sol? Un grupo de jóvenes hace terapia, para cambiar cosas. En el camino de vuelta llegan las nubes. Llega más gente. Ya en Seaford compramos algo de comida en el supermercado y comemos en un banco. Llovieron cuatro gotas. Las gaviotas esperan su turno. Los mayores vienen a comprar y toman un taxi para volver. Esperando el tren de vuelta vemos que la estación parece oxidarse, máquinas de venta incluidas. La playa de Brighton alberga mucha gente, familias enteras, gaviotas que vienen a por comida, alguien la arroja. Griterío cerca del muelle quemado, los restos que quedan. Después llueve y gusta verlo, cenamos en un mexicano y paseamos con chaqueta.

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