lunes, 17 de julio de 2017

cuellar-2



El nogal y los pájaros, luz y una torre de iglesia, en Pamplona siguen corriendo, escasos dos minutos, para llegar a la plaza. La torre sin servicio, el sol, esplendoroso, tras la luna llena. Una campana lejana y un gato que hace gimnasia mientras los pájaros siguen, anárquicos en su vuelo, incomprendidos por mis ojos que no pueden seguirlos. En el bar el Castillo al pie de las murallas, tomamos el desayuno, en terraza protegida del sol que hoy calentará más. Deliciosas tostadas con tomate. Coger fuerzas para andar la muralla, son sólo 400 metros, parecen más. Desde el adarve buenas perspectivas, tierra de pinares o mar de ellos, se pierde la vista. Haciendo tiempo para visitar el castillo de los Duques de Alburquerque. Creo que se llama Mariano, difícil seguir su monólogo, tan rápido el habla como sus movimientos que le llevan a ir de aquí para allá, arrastrando un carro, o intentando abrir una puerta, o hurgando en la basura, o cortando una rama, mientras da la bienvenida o se presenta como embajador. Cuenta historias que llevan al toro, dice que él lo fue, matador de toros. Que llevan a toreros muertos, que él estaba allí, dice, que él estaba con el Yiyo cuando le llamaron para hacer la suplencia que acabó con su vida. En ese momento se va, y al poco le vemos llorando, desconsolado por su amigo. Llega la hora y empieza el teatro en forma de visita guiada al interior del castillo. Nos remontamos al siglo XVII cuando el octavo Duque quiere casar a su hija con su tío para que perdure el ducado. Ella, Ana, ama a otro. Dependencias que cambian la historia representada. Tres actores dan vida a todos, cambian roles, vestuario y demás para llenar los aposentos de amores y equívocos. Los cómicos, que somos nosotros, visitantes, también participamos de alguna forma. El primer duque fue Beltrán de la Cueva, ahora los propietarios cedieron en usufructo el recinto al estado que se encargó de repararlo y añadir un instituto de secundaria. Bonito sitio para estudiar. Antes fue cárcel y más. Visita que nos lleva hora y media, agradable y recomendada. Dejamos la historia y volvemos a una carretera bonita y virada que nos lleva a Sacramenia, pueblo segoviano, perdido, feo, con tres restaurantes que ofrecen lechazo. Elegimos los González, crían ellos sus propios ejemplares hasta los 21 o 22 días. Ahí llega la hora del matarife. De ahí al horno que los deja en su punto. Una ensalada para acompañar, nada más se necesita. Me pregunto qué hace la gente en esos pueblos que en Julio se presentan secos y polvorientos. Volvemos a la carretera que se llena de música y de sueños. Desde la periferia se alcanza la uno, la nacional, que se llena de coches. Vemos donde nace el Duratón, siempre manando algo, allá donde las montañas y piedras toman el nombre de Somosierra.

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