lunes, 2 de enero de 2017

sol



Hay días en que el sol no brilla, o tarda en hacerlo. El año empieza frío. Se viene corriendo y se va poco a poco. Segundo del 2017. Cuántos años tienes, pregunta alguien en uno de esos videos que inundan los smartphones en la última noche. Todos dicen su edad. Falso, ya pasó. Cuánto tienes por delante. Piensa una respuesta. Incógnita. Aplicarse el cuento. Intenciones, buenas, todas, las del mundo. Que se olvidan pasados unos días, en los páramos de enero o febrero, cuando las nieblas no sólo ciegan los campos sino las mentes. Esta mañana el sol tardó en salir. En Madrid al menos. En el tren alguien rasga una guitarra, no suena del todo bien, la voz mejor. Se mueve, se va y vuelve, graduaciones de sonido. Cuando brilla el sol, se titula el tema. Se mueven mis pies. Primer escalofrío del día, no meteorológico. Emocionante. Allá, enterrados bajo túneles se puede vislumbrar un rayo. Alguien debería inventar una app capaz de contar escalofríos, para medir si no felicidad, sí momentos donde algo parece cambiar, o donde merece la pena vivir. Pide dinero y sonríe. Gracias a tí. Digno de admirar. Las calles llenas. La navidad que no se quiere ir, que vienen los reyes. Las últimas para George Michael, él, que se hizo famoso entre fuegos de chimenea y campos nevados. Un gato que maúlla. Es de noche y está despierto. Y yo también. Son notas inconexas, de estos días. Es mi cabeza quien las almacena y las quiere juntar aquí. Hubo dos noches, buena y vieja. En la primera se regalan libros en Islandia, para leer después de cenar. Curioso. En la vieja excesos. Antes de todo dinero, loterías que dejan millones desperdigados, algunos en residencia de ancianos. Serán para sobrinos o hijos. Ella dice que cambiaría todo porque estuviera su marido a su lado. Admirable. Así que será verdad eso de la salud, y también lo del amor. Ahora vendrán mas algunos familiares, dice alguna cuidadora. Admirable también su labor. Y la valentía al contar la verdad. No hay fiestas sin comida. Alguien quiere elaborar un ranking de comidas viejunas. Como si lo antiguo fuera malo. Era diferente. Afanes de inventar lo que siempre estuvo inventado. Leo la letra de un villancico que habla sobre un personaje del belén, el cautivado. El que llega al portal sin nada, con manos vacías. Sólo cautivado por la admiración que todo le despierta. Algunos le llaman vago y la virgen intercede por él. Admirar sin más. Para ello hay que mirar, primero. Instante previo. Se ve, se mira, se admira, quizás venga ese latigazo. Acabo, debería haber un cielo para ellos. Para los que hacen todo un poco mas llevadero. O para los que nunca sabrán de qué va esto. Para los inocentes de por vida. Para los que el mal no existe. Para los que sólo miran por la ventana y repiten un nombre de estación. Y para los que no ven, literal, y son capaces de bajarse de un taxi y buscar a tientas, con su palo y su mano, a sus años, la puerta de un bar, expresamente un tonel de madera, entrada a un local. Que habrá ahí dentro, me pregunto. Qué le espera al señor, amistad, o costumbre, quizás. Y ganas de salir de casa. Admirar, no cuesta nada.  

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