martes, 4 de octubre de 2016

el bosco



¿Quién era El Bosco, que pintaba lo que nadie ve? Quizás sea la misma pregunta de todos los que han acudido a la exposición mas exitosa de El Prado. Colas, entradas agotadas, reservas agotadas. Las respuestas las tiene cada uno. Yo todavía no. No después de pasear las salas que a primera hora de la mañana todavía dejan ver las obras tranquilamente. Último día. Mañana se iniciará el proceso de devolución de las obras a sus lugares de origen. Una recopilación difícilmente superable. Luego pasan los minutos y se hacen varias filas para ver algo, una figura, un resto de pintura. Algo que ayude a contestar el interrogante. Las obras famosas se abarrotan. Las menos parecen abandonadas. Algunas joyas, que son de seguidores suyos. ¿Se les puede llamar imitadores? Los que encontraron la inspiración después. Esas se pueden ver sin apreturas. Personajes grotescos, monstruos. Muy detallista. Algunas obras habría que acotarlas por cuadrados y analizar cada brizna, de hierba o de pintura. Se exhiben también radiografías, se buscan respuestas. También hay trípticos coloridos que se cierran con tapas de pinturas grises. Hay un catálogo en el que buscaré pistas. Hay bocetos de dibujante, todo empieza por esa mano que traza figuras y escenas.
Hay un vendedor ambulante que no se sabe lo que vende pero que transmite compasión. Hay pasiones, también otra con mayúsculas, la de Cristo. Hay coronación de espinas. Hay una perspectiva grandiosa, anónima, del pueblo donde nació el artista. Quizás haya de todo, tanto que al acabar las preguntas se han agigantado y uno quisiera tener tiempo, más, para buscar si no las respuestas, una aproximación. Hay también una videoinstalación que avisa el folleto puede provocar cierta desorientación. Las razones apuntan al ritmo visual y sonoro. Yo no encuentro el ritmo. Imágenes en blanco y negro. Es como si las paredes se movieran, oscuridad. Música. Aquí no hay preguntas. Hay que buscar la puerta de salida cuanto antes para huir de la nada. Para hallar la luz de la escultura de Miguel Blay (1866-1936). Blancas formas que estallan contra las paredes oscuras. Los bocetos dibujados dan idea de las manos del artista. Solidez y belleza lleva por título. Madrid estaba vacía de mañana. Se llenó después. Hay otros sitios donde la soledad solo la rompe el ruido, como el de un tren. Es la estación de Cantoblanco, en domingo, vacía de estudiantes y llena de mensajes, no cruce las vías. Descuide.

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