Nos recibe Teruel con
calor, mucho. La habitación del hotel Reina Cristina da al paseo del Óvalo
donde comeremos enseguida. Encima de las banderas de España y Aragón. Ahí está
nuestro balcón sobre fachada blanca reluciente. Comemos en la terraza del bar
Gregory. Ensalada y verduras a la plancha. Buena comida y agradable el entorno.
Lleno y sigue el calor. Yo estuve en esta ciudad hace muchos años, me quedan
pocos recuerdos. Calles también estrechas que desembocan en esa plaza del
torico. Es pequeño, de verdad. Mucho que ver. La estatua donde queda el animal
dice que Alfonso II el casto funda la ciudad sobre un enclave reconquistado, es
1171. El toro y la estrella, símbolos de una ciudad y cuyo origen como iconos
tiene múltiples interpretaciones. Ciudad también del amor. La Fundación Amantes
de Teruel explota la historia de Diego e Isabel. A su amor se le pone un plazo,
que expira. Cuando él vuelve ya con dinero ella ya se ha casado. Él le pide un
beso, ella no accede y él muere de amor (“bésame, que me muero”, dicen que
dijo). Será en los funerales cuando ella accede a besar el cuerpo inerte
cayendo entonces muerta también. Hablamos de los primeros años del XIII. Se descubren
las momias en 1555 en la Iglesia de San Pedro. Serán expuestas así, sin mas,
durante años, hasta que Juan de Avalos realiza las sepulturas de alabastro. Es 1956.
Las manos no se tocan. Se repiten las fotos dentro del mausoleo. Empieza la
visita guiada. Ella se llama Paloma y es jovial y alegre. Entretiene. La iglesia
de San Pedro es todo un espectáculo. Una de las joyas del arte mudéjar. Construida
a lo largo del XIV ha sufrido muchas modificaciones. El retablo es de madera y
la iglesia es colorida en sus paredes, obra de Salvador Gisbert a finales del
XIX, que lo pinta todo. El retablo mayor, de madera de pino rodeno sin policromar.
Dicen que es obra del taller de Yoly. Dos imágenes no habituales, la de San
Pedro como Papa de la Iglesia y la del mismo en su martirio, boca abajo. Sí es
del escultor francés el retablo dedicado a San Cosme y San Damián, más pequeño,
allá donde se encontró a los amantes. Nos cuenta la guía que el torico pesa 54
kilos y nos habla de los elementos decorativos de la torre mudéjar como las
cañas de bambú. Visitamos claustro y patio con mucho verde y esculturas preciosas
de Ramón Boter, artista barcelonés nacido en 1954. Toca subir a la torres, 76
escalones. El calor aprieta. Las campanas no sonarán y los cristales anti
palomas acrecientan la sensación de ahogo. Mejor se está en el paso de ronda.
Damos la vuelta y ahí podemos casi tocar el rosetón central de la nave. Completamos
la visita volviendo al mausoleo. Paloma nos contó que las manos que no se tocan
dibujan una sombra en el suelo, con forma de corazón. Es cierto.
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