El prólogo
del autor resume todo. Antológico, breve, esquemático, narrar todo en un par de
páginas. “Los seres humanos somos unos insensatos”, dice. Y luego habla del
trigo, como símbolo, pisoteado, pero que resurge. Pasa el tiempo y vienen los
americanos a dirigir el país y a sacar conclusiones médicas después de la
explosión. Con chicles para los niños. Los niños les venden cráneos de muertos.
Para conseguir dinero, para comprar comida. El emperador sigue siendo un Dios,
culpable de todo, de generar expectativas basadas en mentiras, alimentando la
codicia de los que siempre ganan algo en el conflicto. Algunos son críticos con
el poder. Los americanos son odiados, directamente. Los niños huérfanos hacen
eso y más. Hasta matar para sobrevivir, integrados en mafias que trafican con
comida y víveres. Se hace cualquier cosa para poder alimentarse, a uno, o a los
familiares enfermos. Los muertos siguen aumentando. Se roban los niños, la
propia hermana del protagonista, porque recuerda a los que se perdieron. Luego
morirá, inocente. Sigue la violencia como respuesta a la frustración. Sigue el
sol llenando viñetas, y el trigo como palabra que se invoca para pensar en la
superación. Sigue la vida entre tinieblas.
Pies
descalzos-2. Una historia de Hiroshima. Keiji Nakazawa. 1975
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