sábado, 28 de noviembre de 2015

nanaísmo

Modus Operandi, así se llama la galería. En calle Reina Mercedes. Espacio dividido en dos plantas que presenta Nanaísmo: Otoño. Dicen que este movimiento, Nanaísmo, “surge como protesta ante la degradación cultural, y sobre todo ética, de nuestra actual sociedad”. Tienen mandamientos, como éste, “nuestro leitmotiv es la búsqueda, más que la propia conquista”.
Se vende arte y más. Sorprende la estética de los bodegones de Rafael Jiménez y su plastilina de infancia trasplantada a la creación. Y el objeto de la visita, Lucie Geffré, deja dos retratos de perfiles definidos y sombras que llenan el espacio restante. Sugerente y atractiva la obra de una autora que reside en ese pueblo de artistas llamado Olmeda de las Fuentes. En el Quinto Vino de la calle Hernani las croquetas están buenas y debe estarlo también el cocido que es el menú del miércoles y al que llaman los comensales para reservar mesa. Todo completo por hoy y para los sucesivos se va llenando. El local es antiguo y profusamente decorado. Sigue el sol, constante. Y paseando, paseando, acabamos en la calle del escritor Perez Galdós. Ya es Chueca. Comida del norte en el Mesón Planeta donde la tele sigue el minuto de la masacre de París. La vida sigue o continúa, dicen algunos. Y no hay otra. Toca cercanías, las estaciones se suceden, Sol, Atocha, mucha gente, algunos policías. En Delicias, en su esquina, una iglesia y un lema, “mis delicias son estar con los hijos de los hombres”, del Libro de los Proverbios. Paseando al Matadero, ya no hay degüello. Hay espacio para actuar, para mostrar, para sentarse o para leer. Naves donde las paredes ya no muestran sangre, sólo ficticia. Espacio para sentarse al sol en una hamaca de madera. La casa del lector acoge una exposición, La oficina de San Jerónimo. Curioso espacio dividido en varias salas. Arte y literatura de la mano. Dicen que tradujo la Biblia del griego y del hebreo al latín. El comisario de la exposición, uno de ellos, Eduardo Arroyo, ha querido eliminar información sobre los artistas que presentan al santo. Nos lo dice el cuidador de la sala. Ha sido deliberado, no entiendo el por qué. “San Jerónimo se nutre del texto que traduce” dice la primera sala, con 17 obras. Una es reconocible, de Ribera, no hay duda y nos lo confirman. El resto quedan indefinidas. Se suceden las salas, con mas pintura o fotografía, sorprende esta colección titulada “estilita” o como nunca los dos pies estuvieron sobre la tierra a la vez. Hay óleos de Carlos García Alix llenos de libros o colores de Rafael Cidoncha o despedidas en una guerra que pinta Alfred Courmes. Diferencias con lo establecido. En la segunda planta de la casa se puede ver otra pequeña exposición dedicada a Giuseppe Tomasi di Lampedusa, escritor italiano, famoso por su obra el Gatopardo. Las vitrinas y expositores giran alrededor de esa obra, llevada al cine por Visconti y donde deslumbra la veinteañera Cardinale. Afuera la vida no para, los niños salen y entran, ya no trabajan el maíz, y mas pronto que tarde se hizo de noche entre túneles y estaciones, y sólo la luz que llega por cable permite atisbar sombras.

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