sábado, 22 de agosto de 2015

lenguas


A veces la letra no se entiende y la música lo pone todo. Pone ensoñación y sentimiento en palabras que suenan sin encontrar eco en nuestro cerebro. A veces una frase se repite y se busca su significado. A veces ni eso. La melodía hace el resto. Evoca cualquier cosa, melancolía, tristeza, pasión, alegría, amor, quién sabe. Todo muy personal. Benito Lertxundi es un ejemplo. Utiliza el euskera para cantar. Lo vi una vez en Villarreal, un pueblo pegado al pantano, en un frontón. Un concierto de esos gratuitos, de sentarse en el suelo. Nere herriko neskatxa maite es el titulo. Querida joven de mi pueblo es la traducción. La música suena a amor, infinito y dulce. La letra se desborda y explota en poesía casi excesiva, ininteligible casi. Palabras dulces cantadas. También suena dulce pero melancólica la poesía de Pessoa en voz de Misía, a ritmo de fado se abre la Danza de Penas. Letra compleja también. Es portugués. Dicen algunos que la música es sonido, que la letra es otra cosa. Dirán los poetas que la letra lo es todo. Dirán otros que todo suma. Dirán los clásicos que se sienten las notas de Mozart sin letra. La letra la pone el que escucha, con su alma en calma o en ebullición. Sigo con Moustaki, también le vi y escuché en un lejano concierto en los Jardinillos de Albacete. Y su francés hacía estragos en mí, por incomprendido. Traducidas las letras de Mi soledad o de El extranjero se convierten esas canciones en trozos de vida escritos, mas grandiosas aún que cuando el francés rozaba los oídos. Y llego al catalán, al Lluis Llach, de Barcelona, Gener de 1976, uno de los vinilos mas gastados de mi colección. Las pocas unidades daban para eso. Escuchado por arriba y por abajo. Su música traía gritos de amnistía y libertad de un público enfervorecido que aclamaba el directo del cantautor. De reivindicaciones y de ansia de cambio. Todo acababa con ese Viatge a Itaca que incitaba precisamente a eso, a buscar lo diferente ahí afuera, “mas lejos, siempre id mas lejos”.

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