Es fin de semana en Berlín y la avenida de Karl Marx,
escenario grandilocuente de la antigua Alemania del Este, jalonada de cuadrados
edificios con ventanales simétricos, se llena de cerveza y fiesta. Miles de personas abarrotan mesas adosadas a
los diferentes fabricantes, que ofrecen más bebida que comida mientras las
jarras pasan de mano en mano, con colores diversos que van de la rubia a la más
oscura pasando por diversos matices. Se escucha música, pinchada por un
Tancredo delante de una mesa de mezclas o tocada en directo por parte de
señores entrados en años que cantan éxitos del Country mientras los más mayores
del lugar bailan al unísono en contados pasos. También parejas de cantantes
parecen entonar canciones tradicionales embutidos en trajes de otra época. Los
vietnamitas han montado su fiesta particular y también tienen su zona, con
grupo coral que entona su particular tema mientras el público no sabe si
entregarse o no. Vietnam te da la bienvenida, dice el cartel, aunque la
presencia no asiática parezca escasa en ese coto. Los supermercados tienen
amplio surtido en estanterías, se bebe en la calle y andando, botella en mano,
y buscando por Google descubro que no es Alemania el país más consumidor de cerveza,
sería el tercero, detrás de la República Checa y de Irlanda. Y se habla de 110
litros per cápita anual; como los niños no beben, hagan sus cuentas.
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