Llegó el viernes que empieza en Brighton y
acaba en Londres. En la primera el día es ventoso y la bandera roja impide el
baño en un mar bravío. Lluvias discontinuas. Encontramos refugio momentáneo en
un Open Market donde se vende de todo. El comercio que lo inunda todo, más
showers y viento que casi se lleva a una señora, a la que ayudamos a
enderezarse y seguir su camino a casa. Comemos algo y tomamos el tren a
Londres. Poco más de una hora para llegar a Blackfriars. Estación céntrica y
cercana al hotel que linda con la catedral de Saint Paul. Nubes y claros. Londres
sin paraguas, agitación, bullicio, gente, río, recuerdos, fiesta, noria, fotos.
Paseamos y paseamos, lugares emblemáticos y otros menos. Ocho millones de
personas habitan la ciudad que en 2017 recibió 20 millones de turistas. Todos quieren
ver Picadilly, el Big Ben, en obras, se ve la hora, Trafalgar, etc. A las
puertas de la National Gallery se pintan corazones, lo organiza uno de las 8.000
personas que viven en las calles. Hay música aquí y allá, seguridad en Downing
Street y diversidad racial, algunas de ellas tapadas para que sólo veamos sus
ojos. Hay empanadas argentinas y se vende de todo. En el Soho, en Kingly Court,
cenamos en un indio, picante y bueno. Volvemos en taxi tradicional, dando la
espalda a la carretera.
Macarrones con salsa de pistacho
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Cocer la pasta durante 10 minutos y mientras tanto preparar la salsa de la
siguiente manera: Pochar un calabacín mediano cortado en trozos con piel.
Pelar ...
Hace 5 meses
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