jueves, 16 de agosto de 2018

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El jueves llega la lluvia de verdad, no será continua pero moja. Turno de paraguas. Da igual, seguimos paseando. Las iglesias parecen cerradas excepto la de San Bartolomé, que es enorme en altura, de hecho consta como la parroquia más alta de Europa. Techo que se eleva en una única nave. El agua no para la vida de la ciudad que sigue en la calle. Tomamos un capuccino en Tiffany’s donde todo parece estar dedicado a Audrey. En el parque que ocupa el pabellón real, antigua residencia de verano de los reyes, se encuentra también el museo de Brighton. Hay de todo, cerámica, mobiliario de diseño, restos de Egipto, algo de pintura y algo de escultura además de retazos de historia local. El edificio, antiguo, también alberga una exposición temporal de Gilbert and George, que busca exponer sin tapujos hechos cotidianos de la sexualidad. Hoy abrió más tarde y ayer cerró el museo por el apuñalamiento en los jardines de un mendigo en los jardines. Comemos tarde en un restaurante vietnamita, con palillos o tenedor. Dejó de llover, más paseo, y por la noche, andar al borde del mar y tomar una bici para acercarnos a Brighton Marina, el puerto deportivo de la ciudad, con casas de muelle propio y barco preparado, con otros muchos barcos listos para partir y con ocio y restaurantes para elegir. Elegimos hamburguesas en GBK, quizás había mejores opciones. Ya de retirada volveremos en Uber, barato y rápido.

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