A
veces se viaja sin salir de casa. Unos lo hacen callejeando por avenidas y playas
en escenarios que muestra la televisión. Somos nosotros los que por un momento
vivimos las vidas de los que emigraron o simplemente se aventuraron. Realidad envuelta
en cotidianeidad. También se viaja con google cuando se atisban los destinos
que quizás se alcancen. Lista de deseos. Y el top 10, cómo no, de lo que ver,
de lo que hacer, de lo que comer. Se organiza el viaje no organizado, se
anticipa tanto que hasta sabrás si limpian la moqueta o si la almohada será
blanda. Existen otras vías, donde la electrónica se aparca. No hablo del sueño,
de mecerse mientras el deseo se dispara en la cabeza. Basta un papel, unas
pocas hojas, le llaman periódico, lo llamaban, diremos dentro de poco. Se lee
mientras las manos lo sujetan. Dijo alguien que no había mejor forma de
acercarse a un país que leer su prensa. Lo he intentado poner en práctica. Eso en
paralelo a la observación de las costumbres, a recoger impresiones que se
graban, a compartir cuatro frases con los lugareños, aprendiendo a escuchar,
desde la ausencia de prejuicios, a ser posible.
Y
recibo de los que viajaron ejemplares que llegan en bolsa de plástico, de la
Argentina lejana, del Chile angosto, de una Kenia con la que soñar. Y veo que aunque
el lenguaje de aquellos países, hermanos o no, de allá, sea diferente al de
acá, decimos lo mismo de otra forma. Los anhelos se expresan igual, son de
corazón. Se comenta el teatro, las necrológicas también existen, los localismos
se destacan. Las tierras se inundan y se buscan desaparecidos. El fútbol son 11
contra 11 persiguiendo la pelota. Se cobran penales o tarjetas, se anota y se
pita gol. Sigo sin moverme, no estoy cansado. Lo complemento con fotos que
muestran costumbres, también videos donde se baila y se canta, donde se oyen
torrentes cual cataratas o lluvias. Se enseña o te enseñan, se cuida o te cuidan,
se da y se recibe. Se hacen preguntas que la mayoría de las veces no tienen
respuesta. Se eleva la vista al cielo y éste se emborrona y oscurece, y si te
descuidas te inunda las calles. Y sin respuestas sólo queda seguir, siempre
hacia adelante, construyendo cada día, desde esa inocencia que se va perdiendo.
Crecer por dentro para acompañar, para dar tu tiempo, para dar tu risa o
contagiar tu alegría de ese día, o que te la contagien a ti. Y sin que mis pies
pisen o toquen la alfombra cambio de país y cruzo la frontera después de viajar
en autobús, eterno, o en avión. ¿Y qué me dice el nuevo día? Que mire el reloj
para calcular tiempos, que yo ya dormí, que ellos no, que él ya está durmiendo
mientras yo laboro. Y así los días, semanas, y luego veré rostros diferentes
pero iguales y unas sonrisas en las que los dientes son más blancos que los
nuestros. Quizás porque son verdaderos y sinceros. Volver al papel y luego a
las imágenes que vienen en sueños, en blanco y negro o en color, es una incógnita.
La gama de grises se va del cielo al mar. Hay diferencias, también distingo
praderas, todo es diferente. Las figuras vestidas pueden ir de blanco o de
otros tonos. Las caras se acercan a lo blanco. Al acercarme a ellas, al verlas
en primer plano, distingo algunas conocidas, reales, que hablan con voces que
no escucho, que no distingo su tono, su entonación, que no sé lo que me dicen,
que estoy soñando, digo, que estoy de viaje, afirmo, y alejo el foco de la
escena. Fundido en negro, un camino, donde no suenan las pisadas a la vereda de
un río que no canta. Los pájaros vuelan sin hacer ruido. La línea recta lleva,
tiende, al infinito.
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