Empezaré
por el final, es 24 de agosto, jueves. El pantano de Vitoria no siempre estuvo
ahí, y su nivel varía, caprichos del hombre y de la naturaleza. Hace años se
abrieron las aguas para que anduviéramos sus resecas tierras. Hoy el agua no
cubre todo pero no deja ver la desolación de otras cuencas. En bici se puede
disfrutar a su vera. Árboles que tapan la visión del preciado bien y claros que
dejan ver un mar sin olas. El pueblo de Azúa disfruta de vista privilegiada y
su silueta, la de la Iglesia, se antoja de postal. Ahí al lado se puede
pedalear sobre las aguas atravesando un puente estrecho que parece no acabarse
nunca, quizás claustrofóbico al final. Acelero para llegar a la orilla y seguir
serpenteando donde se oscurece el camino y las agujas de pino tapizan el suelo
y donde se esconden las vacas del calor. Llegamos a Landa. Sigue el mismo bar,
la casa pintada de blanco. Ciclistas, cruz y fuente de agua con sabor. Volver por
el vasco navarro, vía verde elegante, todo un lujo para los deportistas y
paseantes locales. En Bilbao continúan las fiestas con las polémicas habituales
en torno a las txoznas, esas casetas regentadas por movimientos alternativos en
su mayoría que exhiben la mescolanza
habitual de reivindicaciones y exposición de símbolos y mensajes cuyo alcance
incluso se me escapa. Como ese Cristo en la cruz al que se le asignan nombres a
sus diversas partes, como si fuera un cartel de esos que en las carnicerías nos
ilustran sobre las partes a la venta de gorrinos y vacas. Dice alguien en la
tele que es sátira. Yo no digo nada, no entiendo. Dicen también que no hacen
caso a las recomendaciones del instituto vasco de la mujer y que Despacito se
baila y se canta, mayoritariamente. También exhiben los carteles de los presos,
piden su vuelta, no sé si presos o no, bueno, lo imagino. Y por último, con esa
inocencia que les caracteriza, fruto de su infinita bondad, y exhibiendo su
simpatía hacia todos los pueblos de la tierra, dan la bienvenida a los
refugiados. No dicen a cuantos, ni si les van a acoger en su casa, ni aclaran
que pasaría si el que pide cobijo es español. Antes hubo otro día, llegó el 23.
Se suceden las informaciones sobre las investigaciones del atentado, se buscan
fallos, siempre los hay cuando se atenta. Es fácil matar pero hay que buscar
mejoras en el sistema, el que nos protege. A veces nos creemos inmunes,
autosuficientes. A algunos políticos les puede la soberbia. Lo cierto es que
nadie se enteró de que los jóvenes llevaban una doble vida en un pueblo donde es
fácil no pasar desapercibido. Visito el Artium o museo de arte contemporáneo de
Vitoria. “Cuando tiras un papel, no pensás”, eso dice la artista que arroja
papeles al suelo. Liliana Parker expone, aparte de eso, pequeños muñecos, de aquellos
de sobre sorpresa, que en algunos casos parecen alejarse de la escena. Dejan rastros,
a veces parece sangre, otras veces, el líquido es azul, o restos de humo del
disparo. Exposición temporal por partida doble. Mucho espacio, mucho edificio
para tan poco. La colección permanente es pequeña, escasas piezas, pero de
artistas de renombre. Dalí, por ejemplo, y su retrato de Mildred Fagen. De Rafael
Lafuente, mujer en un paisaje. Se suceden los mensajes ante los escasos
visitantes. Alguien destruye a Moisés en video. Algo de música, techos altos,
paredes blancas. Un pedazo de cielo cristalizado preside la entrada. 15000
piezas de vidrio soplado en forma de lágrimas forman una gigantesca lámpara que
no ilumina. Repiquetean las lágrimas por mor del viento. Buscando cual se
mueve, por qué esa sí y otra no. Corrientes de aquí y de allá, de repente se
agitan, luego paran. Mover el aire, tintinear el cristal. Javier Pérez, 2001. (Descubro
luego que no es el aire quién las mueve, sino un motor, a voluntad, una vez
más, la poesía del momento queda hecha añicos por la realidad, mecánica) 15
años cumple el museo. A mí me pareció una vida. Lo demás es calor, bochorno. Las
formas de ellas, las nubes, son caprichosas. En la Casa del Libro, un perro se
tumba, esperando que el dueño compre o lea, o termine de hojear libros. Pero antes
de todo eso, cuando el perro no podía intuir que su dueño se olvidaría de él
por un rato, en un recinto donde todo es silencio, cuando era día 22
descubrimos que siempre ganan los buenos. Y el último terrorista es abatido
(ojalá fuera de verdad el último). Los habrá ya meditando sobre un futuro
próximo, sobre la próxima fechoría que pondrá acto a la maldad. Ajeno a todo,
el sol se fue por un rato. En unos países más que en otros. ¿Por qué?, si es el
mismo sol para todos. Antes de todo eso mi esfuerzo me llevó a la entrada del túnel
de la Minoria, tapado en su entrada y en su salida. Y antes fue lunes, día 21,
y Bilbao relucía al sol. El museo de Bellas Artes fue para mí un lugar que
nunca visité. Ahora lo hago, parte nueva y parte vieja. Alicia Koplowitz expone
parte de su colección. La permanente merecerá una visita más sosegada. Nada que
ver con la modernidad del Artium vitoriano. Las fiestas siguen, el parque de
Doña Casilda se reserva para los niños y sus juegos. La ría se recuperó y luce
al sol y lo que ello conlleva, calor de agosto. Comemos en plena Gran Vía,
Monterey, un clásico que vive de las materias primas de calidad. Y mira por
donde que el día anterior fue domingo, 21. Y eché de menos los 22 grados de
Alcobendas. Me conformé con lo que el día ofreció. Y pasé Durana, pedaleé más y
alcancé Retana, me desvié a un pueblo sin nombre al que luego bauticé como
Amarita. Luego Luco, luego alguno más y media vuelta. Vía verde, patos en
fincas, e iglesias. Perros que ladran y ciclistas que no madrugan, será por el
frío. Termino con 20 grados. No recuperará mucho más el día. Dice mi madre que el
cura dijo que no hay que cerrar puertas, lo dijo en la misa. Y que en las
cárceles hay buenos y malos; yo pienso que no es momento de filosofar cuando la
sangre está aún caliente. Inoportuno, es momento de condena y de llamar asesino
a quién los es, y a quién Dios, si existiera, condenaría al infierno. Quizás es
que no exista esto último tampoco. Pasó que pasaron chico y chica, yo los vi,
se cruzaron y no se vieron. Cada uno absorto en su pantalla de Smartphone. Qué lástima,
se acabaron las miradas furtivas, quién sabe si el amor de su vida pasó de
largo. También pasó que fuimos a un concierto, al conservatorio de Vitoria, en
homenaje a David Bellugi, fallecido recientemente. Americano él, profesor en
Florencia. Hay emoción que interrumpe el discurso. Hay esfuerzo en el
intérprete, que busca aire cual atleta, el silencio permite escuchar la
mecánica de las teclas de un clarinete extraño. Se toca a Bach, Piazzola,
Bartok, Weber, y algo de música Klezmer, alegre. Se ovaciona al final. Antes de
todo eso hubo un sábado, 19 donde las nubes parecían cubrirlo todo. Una pastilla
de jabón me recuerda algo, resbala de las manos. El melón a rayas se llama
tendral y sin que tenga una cosa que ver con la otra me pregunto que había
antes de las nacionalidades, quizás personas. Y hubo un tiempo donde no había
banderas. O ¿qué había cuando no había nada?, cuando la oscuridad negaba la
vida. ¿Se les pregunta a los muertos si son de aquí o de allá? No responden. Antes
de todo eso vino el 18 de agosto, era viernes y al final del día me pasó lo que
nunca me había pasado, y es que llamé a Jazztel y la operadora, amable y
gentil, se despidió dándome sus bendiciones. Las acepto dando las gracias y me
quedo sorprendido. Lo opuesto al mal, el bien, con actos o con palabras que
atraviesan distancias a velocidades de vértigo. Ella lo dijo, yo lo escuché. Yo
contesté. Pero hay más, un viaje para llegar hasta aquí. Hay prisas, todos
corren, hay música, yo me estremezco, hay pensamientos, hubo muertos ayer,
asesinados para nada. Hay pena, hay recuerdo. Hay de todo en esta vida, la que para
algunos fue arrebatada tan de golpe y sin sentido.
Macarrones con salsa de pistacho
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Cocer la pasta durante 10 minutos y mientras tanto preparar la salsa de la
siguiente manera: Pochar un calabacín mediano cortado en trozos con piel.
Pelar ...
Hace 7 meses
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