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peñafiel
La carretera de Cuéllar a Peñafiel
cambia de provincia, pero el trazado no lo manifiesta, inmensa recta, salpicada
con una escasa variación, ideal para admirar el paisaje, la meseta
esplendorosa, de cereal y patata, de vides, de cielos que de vuelta aparecen
mágicos de luz. Pasamos Campaspero, un poco a la izquierda de ese triángulo del
lechazo que forman Peñafiel, Aranda y Sepúlveda, pero de excelso recuerdo. Hay
boda en la Iglesia, hay vida en el pueblo. Llegando a Peñafiel aparece la
silueta de su castillo, esbelto y soberbio. En peña que divisa la población.
Hasta allí ascendemos poniendo el auto en primera. Llegar y besar el santo,
acertamos con la visita guiada a la fortaleza. La peña más fiel se tomó en la
reconquista. Castillo hecho construir por Pedro Girón, de ahí los tres girones del
escudo. 66 escalones nos llevan a la torre del homenaje. Vistas que la vista no
abarca. El navío castellano lo llaman, con proa y popa, vigilante de los
campos, como arca de Noé varada en la montaña inexpugnable. A escasos metros el
Duero se junta con el Duratón. La visita acaba con vistas a mazmorras. Estuvo
bien. Bajamos lo subido. Y aprendemos que Asur Fernández reconquistó la plaza
en el año 943. En San Pablo, ahora habitado por los pasionistas, estuvieron los
dominicos, convento fundado por el Infante Juan Manuel para su enterramiento.
La capilla, un tanto vacía, presenta el sepulcro, deteriorado por los siglos y
las guerras. Citas de su obra, el Conde Lucanor, en bancos rectos de piedra.
Recuerdos que nos hacen más conscientes del olvido de la historia. En el corro
o coso hay niños de muchos edades, a la sombra. La estética de ventanas
cubiertas por la madera es bonita y reluce al sol. El albero espera fiestas y
toros que busquen burladeros. En San Miguel de Reoyo hay profusión de retablos
y rezos del rosario. Y en la terraza de un bar que habita una pequeña plaza a
la sombra se toca música de blues. Son cuatro, y llenan la tarde de notas
muchas veces conocidas, versionando; algunos niños escuchan sin saber qué,
desde carros para principiantes, y otros juegan ajenos a la música que quizás
un día llene sus horas. Volvemos a la carretera sin curvas, los coches se
cruzan sin más. Faltan caballos y caballeros cruzando la llanura, llevando
noticias o guerreando, lo demás, un cambio de colores hasta divisar torres de
pueblos conocidos o siluetas de torreones. En Cuéllar la noche es agradable,
para tomar algo al aire libre. El burger Cantabria parece un bar olvidado,
próximo al cierre, con carta de raciones escasa y de otro tiempo. Pero los
calamares están deliciosos. Los paseantes van y vienen, en retirada o en
salida. Tampoco muchos. Quizás el pueblo huyó a las lejanas playas.
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