jueves, 28 de enero de 2021

andar

Hoy me tocó andar sólo, ella no podía, y pude ver cielo y tierra, un cielo que iba perdiendo luz y una tierra anegada de basura.

Elegí un paseo por la zona industrial. Dos razones me impulsaron a ello. La primera es que pocos somos los que pisan o pasean esas calles a esas horas, la mayoría toma su coche para volver a casa después de la jornada laboral, por lo que puedo bajarme la mascarilla y respirar. Segunda razón: no tienes que ir esquivando mierdas de perro, esas que a medida que vuelves a la zona urbana se convierten en minas anti persona (nota: a zona más residencial, más mierda, concluyo que la educación no es proporcional al nivel económico).

En fin, vuelvo a la tierra, a la que tengo que mirar, porque no tengo la facultad de andar con ojos cerrados (la ostia sería considerable). Y eso me hace fijarme en la cantidad de objetos que pueblan la zona industrial de Alcobendas. Fea como ella misma, como toda área similar que se precie, se añade aquí un especial interés por llenar suelos y parcelas sin edificar de todo tipo de residuos. Interés particular tienen las calles donde aparcan las furgonetas de reparto de Amazon y donde también algunos jóvenes meriendan, cenan, beben y se inician en el sexo. Cientos de mascarillas, sí, de esas del covid, botellas, latas, recipientes de comida, piense en algún objeto y se lo llevo. Hoy vi dos botas de monte y un zapato sin par, hasta seis inodoros y así podría seguir hasta el infinito, no sé si más allá.  Entre unos cuantos ciudadanos guarros y la dejadez de las autoridades vuelvo del paseo con la sensación, y no es la primera vez, de que hemos llegado a ese punto de “sálvese quién pueda”.

Cuando me preguntan que qué mundo dejaremos a los que vienen, yo me limito a poner cara de imbécil, a callar, a mirar y a veces, cuando se me quitan las ganas de vomitar, escribo.

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