domingo, 15 de marzo de 2020

liverpool


El último partido de fútbol que vi por televisión, el Liverpool-Atlético de Madrid, con público todavía, fue uno de los mejores partidos que recuerdo. La memoria se cansa de guardar y de recordar pero éste se puede quedar a buen recaudo, al menos me gustaría. Ver atacar al Liverpool es lo más parecido a un orgasmo deportivo, sin miramientos, algunos dirán que sin cabeza, encontrar al guardameta rival una y otra vez, convertirlo en héroe. Esas formas son lo más parecido a un partido de nuestra infancia. De esos donde la única táctica era llegar a la meta rival, lo antes posible, y con el único objetivo de meter gol, y luego chillar, abrazarse, todo sin público. Nosotros éramos los jugadores y el público, todo junto. No necesitábamos miles de espectadores entonando el you’ll never walk alone para motivarnos. Necesitábamos espacio, porterías y balón. Y una fuente para refrescarnos. Y los jerseys valen de poste, falta el larguero que va en función de la altura del niño portero que toque. Y si la pelota no se pincha o no se va a la calle y muere atropellada por un coche, o no se cuela allá donde no llegamos, seguiremos jugando hasta que haya luz o hasta que nos echen. Prórrogas infinitas, descuentos que no decide nadie salvo nosotros. Y a pesar de eso, los rojos perdieron porque no olvidemos, que siempre hay un rival, que esto es un juego, y que por encima de todo, exponer más no es sinónimo de éxito aunque sí de admiración.

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