domingo, 15 de marzo de 2020

hornacina


Hace poco vi unas hornacinas, en los restos de un enclave romano. No sé que albergaban. Estaban vacías. Todo lo que contuvieran se lo llevo el tiempo. Todos los que allí habitaron ahora duermen en un espacio indefinido. Nos hemos olvidado de los dioses estos días. Hasta se suspenden las celebraciones religiosas, hasta la Semana Santa, sagrada, se esfuma. Antes hubiéramos sacado los santos por las calles para que se llevaran los virus. De hecho ahí radica su origen. Ahora cada uno en la intimidad de su hogar, que decida, si invocar o no, si pedir o no. ¿Y no se le ha ocurrido nunca pensar cuando ve al dragón aplastado por la espada de San Jorge que por qué no hay un animal selectivo que se lleve a los hijos de puta de este planeta? Y es que el virus no sabe, no distingue fronteras, como para elegir entre conciencias y clasificar maldades. Son pensamientos de Marzo, de cuando fue el día de la mujer, de cuando se cometió una de las mayores irresponsabilidades de los últimos tiempos, que es permitir decenas de manifestaciones cuando esos microbios estaban pululando. De cuando se nos olvidó todo, porque si algo nos sucede es que también nosotros somos selectivos, para lo que queremos, para lo que afirma nuestras convicciones. Humanos, sensibles, apasionados, portadores de razones, unas buenas, otras absurdas y a veces hasta peligrosas. Mea culpa, entonarlo cada uno, vuelvo a las conciencias, sí, eso que bulle en cabecitas recostadas sobre una almohada de color azul. Pero bueno, el tiempo siempre habla, y habló para construir ahora barreras, piedras sobre piedras, superpuestas, para que no pasemos. Y arriba el sol, amarillo, naranja. Y no es un globo que se le escapó a un niño. No, pintar color, pintad color, en la oscuridad de estos días.

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