Seis de Agosto, el GPS del coche de Uber da
instrucciones que parecen equivocadas. Pero aún así llegamos a destino. La actividad
en Barajas ya es casi frenética y son escasamente las seis de la mañana. Lunes de
viajes, colas y esperas antes del despegue. La ola de calor no se va todavía. Instrucciones,
pantallas, móviles, información, relevante, toneladas de imágenes y datos que
fluyen, que vienen, que van, y yo en ese estado de madrugada interrumpida que
deja al cuerpo buscando algo perdido. En el aeroplano, qué bonita palabra que
no se usa ya, hay gente que se hace fotos tomando el café mientras Mr.Bean saca
sonrisas. No hace falta escuchar el audio, no hay nada que escuchar para
entenderlo. Todo con ruido de fondo y sueños resumidos. También temblores
involuntarios y el mar ahí abajo, o puede que no; todo está tan lejos que se
pueden confundir aguas y campos. Paul Auster cuenta historias que yo leo. Leo un
poco y luego escribo esto. Mientras el mar parece infinito, o los campos. Se atisban
costas, será inglesa si no equivocamos destino.
Apuntes de Roma en las hojas
precedentes ya tachadas. Pasar el tiempo en un tubo volador o volante. Escribir
con tinta negra sobre fondo beige. Ver extensiones de nubes, ¿cirros?, que
ocultan el sol a ellos, no a nosotros. No ver la luna, que para en otro
planeta. Allá donde sea de noche que aquí se hizo el día. Olas que rompen, sólo
en la pantalla de entretenimiento, olas sin ruido y lagos sin rumor. Imágenes que
transmiten paz, o pace, o peace. Tanta variación para decir lo mismo. Hasta las
nubes se tiñen de colores, fuera de la realidad. Busco definiciones de viajar y
no se me ocurre nada original. No es mi día. Quizás viajar sea igual a ver, si
se abren los ojos. Ver, esto, aquello, estos, aquellos, todo hasta que se va la
luz. Bajamos a los suelos, poco a poco, tierra visible, habrá humanos, se
mueven barcos, embarcaciones que dejan estelas.
La hierba no es tan verde como antes, o como
hace unos meses. Lo volverá a ser, seguro.
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