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noviembre
La noche empieza al empezar el día. La oscuridad se apropia llegada la mañana y el cielo
permanece inalcanzable y lejano, sobre un mar de nubes. Típico día de otoño en
Vitoria donde el paraguas acompaña y donde la lluvia fina moja de verdad,
persistente aunque no lo parezca. Dicen que las células del cuerpo se renuevan
cada tantos años, una media de diez. No es cierto del todo. Se renuevan unas,
no todas, si fuera así, no mantendríamos los recuerdos, olvidaríamos todo cada
cierto tiempo. Pero no, no se olvida, y esas partes que se renuevan lo hacen para
no morir antes, pero parece que las neuronas están condenadas a reducir su
número o las células del corazón no se dotaron de la capacidad de no envejecer
con los años. Y qué decir del alma, ¿envejece?, quizás se entreteje alrededor de
órganos desconocidos, estará por ahí por la cabeza, dando vueltas, consciente
de día, inconsciente de noche, soñadora al fallar la luz. Por eso la casi noche
perpetua de Vitoria en Noviembre hace soñar o recordar más, ahí, donde no llega
nadie más que uno mismo, donde se anclan flashes y apuntes que hablan de un
tiempo pasado, inalcanzable.
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