domingo, 15 de septiembre de 2024

lisboa.sept24.1

Decir adiós a todos en el aeropuerto, recordar, rememorar lo vivido, inolvidable en fotos o vídeos pero más aún en el corazón. El cuerpo duele de tanto trajín, los ojos se cierran de cansancio, bienvenido sea.
Y volvemos a la ribera eterna del Tajo para atravesar sus aguas por el puente Vasco de Gama, 17 kilómetros que parecen exagerados a nuestra vista engañada.

El río parece envidiar al océano que lo aguarda y baja su nivel para mostrar un fango donde pequeñas gaviotas que no son tales y flamencos se alimentan, será marea.

En Montijo hay casas de pescadores, de cuando esa actividad traía el pan para todos. Y las hay de colores, con redes que adornan o no, las hay también que no resistieron el paso del tiempo. Comemos bien y nos vamos a Barreiro para buscar sombra y aire, al otro lado una vista de Lisboa diferente con un perfil de baja altura al que abruma el Tajo y el cielo azul, y entre esa variedad de azules aparecen blancos o pasteles y el color de los tejados. Si me fijo en las aguas diré que están viniendo y yéndose a la vez, pasarán debajo de un puente, luego de otro, sombras en su camino para abrazar a las aguas abiertas. Y ya en Caparica encontramos el espectáculo del sol, el agua y el viento mientras las gaviotas chillan agitadas por el pescado que recién sacaron los tractores en las redes. Los pescadores clasifican las piezas, los cangrejos son para las aves. Quiero seguir a una, elegir mi gaviota, se sustenta en el aire, más es imposible no perderla, su movimiento me pierde, sujeta a instintos anárquicos, otras abandonan los aires y se anclan a tierra, algo esperan. Como nosotros esperamos el atardecer pensando que será rojo y tras la espera no llega tal y como lo imaginamos. Salimos huyendo, el viento incesante pide chaqueta que no tenemos.

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