sábado, 6 de julio de 2024

galicia.2024.5

A la isla de Arousa se llega por un puente de dos kilómetros, hay un faro y bateas de mejillones aquí y allá, con barcos que parecen recoger o llevar, hay líquenes amarillos que colorean la piedra, hay piedras que un gigante podría mover, no yo. Andamos lo que un día no podremos, de roca en roca y por playa con conchas que se clavan, fakires en miniatura. Y en la ría agua y un olor que no sabemos nombrar, oímos un motor a lo lejos y un vaivén de agua cercano, comemos al borde, con vistas, incluso algún producto que de ahí salió. Luego subimos al mirador de Con de Forno, allí el Cristo mira a lo lejos, impertérrito.
Llegamos a Vigo, el hotel no era el que yo esperaba, casi mejor, el antiguo necesita una capa de pintura. La fortaleza de O Castro tiene historias y dura subida, las vistas de la bahía puede que merezcan la pena. Buscamos sombra en el patio de armas, aparece la del manojo de hierbas y flores, la del sombrero de paja, la de la manga larga, el perro que retoza en la hierba y los niños que lo imitan, ¿de dónde sale esta gente? Qué interés les mueve, nos mueve, a pasar la tarde del martes aquí, es pregunta, el cachorro busca sombra también, el altavoz sigue repitiendo la historia, la fuente la tapa en parte, son años y batallas y asedios y fusilamientos en guerras siempre pretéritas, unas más que otras.
Bancos en edificios señoriales, barcos en el puerto, una trompeta al viento. Unos pasean hablando solos, otros con el apéndice móvil. No tropiezan por el octavo sentido. Puede que vengan nubes que puede que tapen el sol. Puede que haya un noveno sentido o tantos como poros en la piel. Objetivo el farito rojo, conseguido. Y hablando de piel ésta se estremece oyendo a los jóvenes de Palo Alto, de la high school que cantan madrigales y más cosas en la Concatedral. Si los ángeles cantan bien la chica rubia canta mejor.

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