Nos daba igual que el campo tuviera un tanto de inclinación o que el firme fuera irregular, daban igual los socavones o las elevaciones. Las porterías eran un lujo, y que decir de las redes, los palos podían ser sustituidas por jerséis o carteras o piedras y el larguero era imaginario, proporcional a la altura del portero. El tamaño del terreno poco importaba, su delimitación tampoco, cualquier superficie que se asemejara a un rectángulo valía. Lo único fundamental era la pelota, algo redondo por supuesto, que daba vueltas y no se mareaba, hasta una pelota de tenis podía valer.
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