Ruido de coches en la madrugada de Sevilla. No es el aislamiento el fuerte de este hotel. Desayunamos bien en el bar Galería, el pan es sabroso. Los niños van al colegio. Andando o en bici, o en bici de paquete, haciendo equilibrio de pie, con madre y hermano. Sin casco, ecologismo irresponsable. Quizás sea el adjetivo apropiado. ¿Hay ganas de volver? Apuesto que no, alguno llora. Frío y autobús a Itálica, de los articulados. Huele a bus mientras pasamos por rotondas, almacenes, huertas con cobertizos, caballos, casas inacabadas y carteles obsoletos. Camas parece un pueblo destartalado con escuela taurina y polígonos industriales donde duele la vista. Hay suelo en venta, me pregunto para qué. Hay naranjos de fruto amargo que parecen mezclarse con olivos. Ya llegando al destino, Santiponce parece más ordenado.
En las
ruinas de Itálica hace mucho frío. No hay forma de guarecerse, ni en el
anfiteatro ni en las estancias abiertas. Buscamos el sol. Hay mosaicos y
piedras de otro tiempo junto a cipreses que jalonan las calles. Pisamos las
piedras que otros pusieron y que el tiempo desgasta. Imaginamos bestias y
luchadores, o condenados a morir. El albero tiene color de maestranza. En el
autobús de vuelta descubro que hay multitud de placas solares en las casas y
chalets. Buen acierto, el sol no falta aquí a su cita. Este viaje muestra otro
Camas, no hay nada como tomar la calle concurrida, de comercios y de gente que
vive el día a día. Descubrimos también otro río, el Guadaíra, afluente del
Guadalquivir. Inmenso en su anchura.
Ya en
Sevilla tomamos el urbano número 3 al parque de María Luisa. Allí hay
palomas que buscan comida y un Museo Arqueológico de obligada visita después de
visitar Itálica. Gratuitas ambas visitas, en el Museo están las esculturas,
objetos y mosaicos que se han ido encontrando en las excavaciones.
Comemos en
la calle Adriano, en Jaime Alpresa, cantante y ahora restaurador que adorna su
coqueto restaurante con fotos de sus amigos y conocidos. Los garbanzos con
espinacas hay que probarlos. Por esta calle se entra a la Maestranza, parte de
atrás, y sorprende encontrar estas puertas en lo que parece una calle más.
De ahí al
Bellas Artes, a ver a Murillo, excepcional la exposición.
Después
cansancio, recorremos otras calles y esperamos a que abra la capilla de San
José. Nos sentamos y nos levantamos y ya abrió la capilla. Aun con andamios
merece la pena verla, recargadas sus paredes.
Después
visitamos Santa María la Blanca con una última cena de Murillo.
Camino de la
estación el frío no se va. McDonalds no cambia, quizás el entorno, las formas,
no el fondo. Dicen que no se hable con el móvil en el tren, como si oyen
llover. Fuera la oscuridad. A toro pasado vemos un paisaje inexistente,
asientos a contramarcha, antinatural parece. En algún momento tengo la
sensación de ir en contra de la realidad, de seguir alejándome de aquello que
veo llegar de frente. La falta de referencias en la noche me confunde. Quizás
eso que pasó fuera un tren, se ven luces, raudas. Ella duerme, dijo que no lo
haría.
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