Yo
por entonces no cruzaba las calles así, sin respetar las señales. Las cruzaba
con manos enlazadas, con una o con dos, porque los humanos solo tenemos dos.
Con más las hubiera cruzado de no ser así. Era de noche por entonces como la
noche de ayer, con esa luz mortecina que dejan las farolas que amarillean en
una tarde de domingo, en una calle de Vitoria. Escasa y doliente, luz que deja
ver pero no mirar. Y al pasar el paso o antes o un instante después sentí no el
escalofrío pero sí el fulgor de un recuerdo, el de tantos años atrás, el de
entonces. La imaginación que juega conmigo. El llegar a una esquina y pensar
que a la derecha está la casa de entonces, los padres de entonces, la vida de
entonces, la que cerraba los domingos o la semana con esa desazón que trae un
nuevo lunes de colegio. Y a la izquierda la vida de ahora, la que no se para,
la que trae esa misma desazón en un domingo tan alejado en el tiempo, rumor aumentado,
magnificado, vida de la que no se puede huir hacia atrás, a la que sólo queda acompañar,
sabiendo lo que no se sabía antes, lo que antes se desconocía, lo que entonces
era tan lejano, certezas dormidas. Sólo los locos o desequilibrados podrían
torcer a la derecha, llamar a un timbre, ver que nadie contesta o que quién lo
hace no te conoce, viendo como preguntas por el absurdo, viendo como los
universos paralelos se alejaron tanto que no hay comunicación entre ellos. A los
que todavía dicen que vivimos en el planeta real, el único tangible, fuera de
las nubes, fuera de los cielos, que no alcanzamos a tocar nada más que el suelo,
sólo nos queda soñar, o mejor, esperar que el sueño se interrumpa para
recrearnos con algo de aquel entonces, marcado por la poca luz que hace que
todo sea igual pero todo distinto.
Macarrones con salsa de pistacho
-
Cocer la pasta durante 10 minutos y mientras tanto preparar la salsa de la
siguiente manera: Pochar un calabacín mediano cortado en trozos con piel.
Pelar ...
Hace 6 meses
No hay comentarios:
Publicar un comentario