Dicen que la música hay que escucharla, no leerla. Que las páginas no
suenan, que eso lo hacen los prodigios de la ciencia que convierten cosas
redondas en sonido y que luego vino lo digital para que la música parezca
surgir de la nada. De aparatos que cada vez entendemos menos. La esencia
siempre será la misma. Alguien cierra los ojos, quizás, mentalmente hace un
ejercicio de afinación, y empieza a cantar. Puede que haya música o no. Puede
que acompañe alguien o no. La primera vez, de donde nace todo, es lejana. El ejercicio
de llorar es bueno para los pulmones, eso decían. Luego, la necesidad, de
gritar, o de expresar, todo junto. De componer canciones de tres minutos que
cuentan más que muchos libros de cientos de páginas. Lo breve, si bueno,
siempre manda. Cuando se ha crecido con esa música apetece conocer algo más,
contestar preguntas que no se hacían cuando solo se bailaba a oscuras, o se
soñaba también a oscuras o a plena luz del día. Urquijo o Los Secretos, marcando
una época. Por eso merece la pena perderse en estas líneas, esta vez en
silencio.
Enrique Urquijo. Miguel A. Bargueño. 2005
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