sábado, 7 de mayo de 2016

tradición



Todos y cada uno de mis pasos son verdaderos. Es una frase dicha en un ascensor. Mas bien pensada, delante de un espejo que ofrece amplitud a un cubículo estrecho. Por un momento dudo donde se encuentra el coche aparcado. Una interrogación que me lleva a seguir la calle. Y por un momento se instala la sorpresa hasta que veo una forma y un color familiar. La matrícula todavía me es ajena. Una señora mayor sube al coche de su hija con ayuda de un taburete. Los coches se hacen altos, para molestia de niños y ancianos. Ya en el coche el semáforo me ofrece espera. Una rubia de piernas delgadas y vestimenta negra deslumbra. Es el pelo o es todo. Es diferente, ajena a una ciudad sin excesos. Tan diferente como ellos, que cruzan con tez dura y oscura. Parecen enfadados. Sospechosos de todo a ojos de muchos. Sospechosos de nada. Todos deberíamos vernos a través del cristal de un coche. Mas tarde los volveré a ver. Vitoria es pequeña. Ya sonríen. Ya la sospecha se esfumó. Y alguien canta mientras luce o mejor sale un sol de caracoles. Se fue San Prudencio con sus romerías y dejó más de lo mismo. La tradición. La misma que se dibuja en un cuadro que nadie ve. Saliendo hacia Elorriaga. Está bajo unos soportales. Sin firma. Es una escena de Julio, del 25, del día de Santiago, de miles de ajos en ristras, de vendedores y de compradores. De cuesta repleta de olores. Las señoritas parecen ajenas. No parecen de pueblo. En primer plano, él mira. Vendedor o recién comprador. Quizás a ellas. Quizás asustado. Quizás rumiando el cambio que se avecinaba. Que se avecina. Siempre cambios, aunque en esta ciudad parece que cueste mas. Y es que la luz se pierde en la propia luz. Y hago fotos. Y luego veo a alguien que corre a mi lado mientras yo conduzco. Y me adelanta esprintando. Parará y será mi turno. La sensación de estar parado me descoloca. El hombre entrenando, hacia nuevas metas. Yo viajo al pasado cuando recorro ciertas calles. Nada me revela. Es camino que ando, no desando, pisando las mismas calles, me pregunto si el mismo cemento. Paisaje urbano que se fue y llegó otro. Vestidos de fiesta en señoras que hablan su lengua. Ya no está el futbolín de ese bar. Sí está esa casa, y unas ventanas que yo atisbaba sin ver nunca nada. Ella nunca se asomó.

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