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la meta
La meta aparece en Internet, escasa, pobre. Y en mi memoria, lejana. Dicen que
debe su nombre a una fábrica, la Metalúrgica, ubicada en ese espacio. La meta fue
un espacio, no una línea de llegada, no una línea pintada en el suelo con esas
cuatro letras blancas, mágicas para el que las pisa primero. Para nosotros era
un punto de salida, y repito, espacio, libre, de juegos. Zona a la espalda de
la ya antigua Avenida, la meta era todo menos cemento, eran caminos, huertas,
agua, riachuelo y carreras, saltos, bicis, inicio de todo y final de todo. La vuelta
era volver a la civilización, a calles de escasos coches y a casa con los
pantalones quizás rotos. La meta desapareció un día y se pobló de urbanidad,
calles y avenidas, farolas y seres vivos, tan diferentes a los de antaño, pequeños,
seguro, y vivaces. Es todo una nebulosa en la memoria pero sigue ahí, y la
palabra mágica se hace grande al oírla, y poderosa, y sólo hay un bar en la
zona que recuerda el nombre, y ya no me acuerdo cuando cruzo sus calles de
ahora, y ya no queda el rastro en ningún sitio, excepto en lo recóndito de mi ser,
y las fotos que eran escasas en esos tiempos no ayudan. No quedan instantáneas,
sólo el ruido de los plásticos en forma de espadas luchando por ganar terreno,
por quedarnos con la meta.
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