Los gozos del
alma son enigmáticos e inesperados, de repente algo se mueve, un vuelco, algo
parecido a una extrasístole de esas que sobresalta el corazón, pero esta vez es
ese algo lo que late diferente, la que se regocija con algo o con alguien, la
que tiembla ante lo desconocido. Y algo tan simple como una película puede
provocarlos, mecha ardiente para llegar al punto de explosión, y es Sabrina ese
detonante, y va en crescendo hasta un final de barco del amor con Humphrey
apareciendo y el fundido en negro que marca The End acaba con el abrazo sin
beso que todos esperaban. Y hay una escena de baile al aire libre al son de
orquesta que es digna de engrosar la historia de este arte, y aunque la música
termina, por un momento, la pareja sigue bailando (Audrey Hepburn y William
Holden), en ese estado transitorio que todos deseamos que fuera eterno. Escenas
para el recuerdo, de genio de detrás de la cámara, de Billy Wilder, de maestros
del guión y de la puesta en escena, de sonrisa en vez de risa, de equívocos y
desengaños, y todo en blanco y negro, atacando a un alma cuyo color
desconocemos.
Sabrina. Billy
Wilder.1954
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