Es en Cibeles, en el palacio de Correos donde se expone parte de la
colección privada de Juan Abelló, empresario. Dinero invertido en arte que
ahora, afortunadamente, sale a la luz, aunque no al completo. Quizás el estado
debería obligar de alguna forma a los únicos que pueden adquirir arte a
exponerlo mas a menudo o hasta de forma indefinida a través de fundaciones o
museos abiertos a nosotros, mortales de salario fijo, que mendigamos belleza en
salas y pasillos. La colección expuesta bien merece la visita. Habrá colas a la
salida cuando el día levanta, no el frío.
En un cuadro de temática desacostumbrada, santa Ana y san Joaquín
escoltan a la Virgen niña. Es Zurbarán. Y es La familia de la Virgen. Abundan los
dibujos, y entre ellos destacan los atribuidos a Murillo, pequeños y de trazos
finos, delicados, preciosos. Mucho bodegón de perdices y viandas y lienzos
floridos, que pasamos sin demora. Un
escultor desconocido para mí, granadino, 1642-1724, Jose de Mora. El busto
de Mater Dolorosa realza la vitrina que lo acoge. También a lápiz, en formato
grande, descubro una bonita obra de Balthus, Michelina dormida. De ahí a las
dos joyas de la exposición. Modigliani como autor. Una tras la otra, en vitrina
de cristal. La simpleza del Violonchelista y el retrato de Constantin Brancusi.
Para mirar y remirar. Trazos fáciles y simples, resultado grandioso. Del lienzo
otra vez al dibujo, éste como paso previo a la creación, los hay de Picasso y
también de Dalí, como el que muestra a su padre y hermana, de rostros
delicadamente detallados y cuerpos que se intuyen. Genialidad. Para finalizar
una estafa. Lo que representa Rothko y sus cuadros de colores. Lo veo sin
verlo. Se escriben ríos de tinta sobre el sin sentido de algo que también
llaman arte. Quizás sea yo. Nunca lo sabré. Paseamos en cuesta arriba, la calle
Clavel no ha sido cortada para revisar una maleta olvidada o abandonada. El perro
policía revolotea alrededor. Ya en la calle Hortaleza, la entrada de la calle
alberga dos locales que merecen una visita. A mano izquierda, entrando de Gran
Vía, el primero es la librería de viejo Benito Perez Galdós. Se acumulan los
escritos y el librero lleva mitones y abrigo. A escasos metros, el dulce
escaparate de la tahona de San Onofre invita a entrar. Dicen los mayores que de
niños se quedaban fuera de esos sitios disfrutando sin mas de la vista. El roscón
de reyes, fuera ya de fecha, está bueno y quita el mal sabor de los menos
elaborados. Cuesta abajo desandamos el camino.
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