Todo es escueto y sencillo. Parece que se telegrafía la vida en frases
cortas. El protagonista narra en tiempo presente. Me empeño en anotar los
nombres de los protagonistas. Al final lo dejo. Hay algo más allá de esos
nombres de los que no volveremos a saber más. Como el autor dice más tarde, “Los
nombres no hacen el cuento”. A veces aparece un diálogo, necesario. Y se
suceden los capítulos y estos se acaban con pensamientos a veces lapidarios, o
con reflexiones que dejan entrever algo más. De repente una confesión, a mitad
de lectura, en las faldas de su madre, un párrafo que me emociona. Y poco a
poco la realidad social pasa de ser contada a ser evaluada. Y aparece la rabia,
y siguen las perlas. Y el protagonista acaba su infancia y ya adolescente siente
el ansia de subir. Y de repente estalla el libro y se desborda, es en ese
capítulo titulado Revisión de la infancia. Espectáculo puro. ¿Es esto la vida?,
se pregunta Arturo Barea. Y ya el estilo barojiano se queda atrás y se toma
partido y el autor se pronuncia. Y todo aquello que yo había oído acerca de
esta historia se hace real. Así hasta el final de esta primera parte de la novela
autobiográfica del escritor. Con ganas de empezar la segunda parte.
La forja. Arturo Barea (1941)
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