domingo, 27 de noviembre de 2016

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Martes, chocolate con churros en los Nazaríes. Son porras con nombre cambiado. Una ración da para dos. Exagerados en el servir. Sol, frío, cielo azul. En la Iglesia de San Miguel está enterrada la familia Díaz-Guerrero, cinco miembros murieron el 20 de agosto de 1936. Otro hijo muere en septiembre del 38. San Miguel hace un escorzo en una peana para matar al demonio. Dice San Juan de la Cruz, “a la tarde te examinarán en el amor”. El Monasterio de la Purísima Concepción lo llevan las Carmelitas Descalzas. Nos abre una hermana. Después de una breve espera. No oyen ni el timbre del torno ni el teléfono que suena adentro. Luego acudieron, y tras breve conversación vino ella a interesarse por nuestras intenciones. Ausencia de prisa, o bendición. Pequeño museo, se exponen “Los tesoros de la clausura”. Allí desde 1595. Piezas pequeñas, mucho niño Jesús, de pasión. Un San Antonio que puede ser de Pedro de Mena. Un par de salas. Encerrados bajo llave tenemos que tocar la campanilla al pie de la escalera. La misma hermana nos sacará de la prisión momentánea. Buscamos a San Juan de la Cruz por las calles de Úbeda. Placa para el poeta: “buscando mis amores yré por esos montes y riberas, ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y passaré los fuertes y fronteras”. Hay otra poesía en las calles, la de trazos azules sobre fondo blanco. Con letras grandes, para que se vea bien, y se lea mejor. Sobre todo ella, “late mi corazón por ti…sin tiempo…ni espacio…sólo pensando en ti. No te fallaré. Contigo yo quiero envejecer. Te amo.” Hay palmeras al borde de la pared. También hay dos jóvenes en la plaza Primero de Mayo. Abrazados al sol. Podrían protagonizar lo anterior. El colegio queda en otro mundo. Se pica acera y se barren hojas. La gente, escaza, cruza. El templete en una esquina. San Juan en el centro. Los pájaros a lo suyo, que es cantar. Los jóvenes, también, a amarse. El silencio interrumpido. Nueva visión de sierras al fondo y sólo olivares. Muñoz Molina nació en esa casa. Persianas bajadas. Seguimos con el santo. Por esa puerta entró enfermo tres meses antes de morir. A un convento, los carmelitas descalzos. Allí muere un 14 de diciembre, 1591. Por ahí entramos, al Museo, para recorrer con calma. A curar calenturillas desde La Carolina, dice la audioguía que vino. Hay reliquias y oratorio, o pequeña iglesia dedicada en su honor. Retablo mayor hecho por carmelitas, se termina hacia 1760. La talla principal es de Higueras. En el coro la celda donde murió. Escultura yacente realizada por Francisco Palma Burgos en 1952. (Málaga,1918-1985). Bonito espacio. Escaleras hasta la celda. En penumbra. Reliquias. Los restos se trasladaron a Segovia. Muere bajo el tañido de las campanas de San Salvador, “a romper la tela del dulce encuentro”. Escuchando el cantar de los cantares. Oscuridad. Mas salas, retratos del santo, objetos, reconstrucción de su celda. Medio fraile, le llamaba Santa Teresa, medía 1,63. “Se ve bien teniendo el ojo lleno de lo que se mira”. La frase es de Chillida. Quizás se pueda aplicar a Francisco Romero Zafra, escultor cordobés, nacido en 1956. Un par de obras suyas expuestas, reales, verídicas. Seguimos camino, hasta San Lorenzo, abierto por obras. O por reparación. Ni siquiera los franceses hacen tanto destrozo. Tal es el estado en el queda el templo tras la guerra civil. Nos lo cuenta la encargada. Tras la contienda sirve de alojamiento para familias, taller de artistas, etc. Hoy con ayuda privada vía fundación, Huerta de San Antonio, se intenta poner en orden. Se ha excavado, se han sacado cráneos, tumbas,…las paredes tienen de todo, desde restos antiguos hasta un escudo futbolístico. Bocetos varios. Se visita también el adarve, al sol. Preciosas las vistas. Hacer fotos al sol sin saber dónde y a mi sombra sin saber cómo. El campo, o el valle del Guadalquivir, plácido ahí abajo. Las iglesias en obras son siempre un misterio, suelo excavado para desentrañar pasados. Expone también Vico, Alejandro. El título es miopía. Visión distorsionada, sin gafas. O escenas donde todos vemos algo, aunque sea impreciso.

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Después de comer, calles semi vacías. Nos dirigimos al Hospital de Santiago. Pasamos por la Plaza de Andalucía. Allí se encuentra la estatua erigida al General Saro, Conde de las playas de Ixdain, merced otorgada tras el desembarco de Alhucemas en el que participó activamente. Estaba en la reserva cuando es fusilado al principio de la guerra civil. El hospital es hoy un centro cultural y asociativo. Encargo de Diego de los Cobos, hermano de Vázquez de Molina en 1562. Obra de Vandelvira. En recepción el encargado tiene pocas ganas de hablar. Se oculta bajo una barba blanca. Una nota en la puerta que habla de los cerros de Úbeda. Dicen que allá por 1233, Fernando III reconquista la ciudad. Y que uno de sus oficiales no participa. Al aparecer comentó que se había perdido por sus cerros. Columnas de Carrara en el patio. Naranjos también. Más patios. No huele a hospital, tanto tiempo que pasó, pero todo apunta a ello. Galería superior con ventanales. Luz y calor para los enfermos. Aislados, un poco a las afueras. Escaleras de altos techos y capilla que alberga un cuadro del fundador. Las banderas, cuatro, presiden el escenario, apto para todo tipo de actos. Seguimos paseando. No conocíamos la tradición alfarera de Úbeda, la sugerencia de visitar talleres y tiendas fue realmente buena. De tronco común surgen ramas. De Pablo Tito, el patriarca, tres diferentes negocios. Empezamos por el taller tienda de Melchor Tito. Una señora mayor nos atendió y nos contó que hubo hasta sesenta alfareros. Hoy quedan pocos. Muchos son familia. La conversación nos lleva a colores verdes, al color de la aceituna, o del aceite, a diseños nuevos, a técnicas antiguas. A negocios que ya no son lo que eran. Ya van por la quinta generación. El más pequeño ya hace sus cosas. Ritos de siempre antes de cocer en horno árabe. Rezar y poner doce cuencos de orujo, o residuo que queda después de extraído el aceite. Utensilios de toda la vida, unos tan desconocidos como la paridera. Herencias árabes. Mil grados en el horno. Compramos una benditera, de ese color tan característico. Seguimos camino, Paco Tito nos recibe a la puerta de su museo y tienda. Amanece para todos, dice. Hay recelos y rencillas entre algunos familiares. Ley de vida. Hay mas Titos que coches, menciona también. Museo escaleras arriba. Se sale de la cerámica para crear arte en forma de escultura. Hermosas piezas. Su padre y su mujer presiden la entrada, esculpidos. Arriba, fotos y obras. El antiguo rey en algunas. Es la calle Valencia, barrio de alfareros, de calles adoquinadas, incómodas para el pie. De cuestas y de gatos en ventanas de casas blancas, silenciosas. Como la redonda de miradores, calle que se abre al vacío del olivar. Cazorla y Mágina en la lejanía. Colinas y ondulaciones del terreno donde viven olivos sin número. Nos falta una rama, es Juan Tito, está trabajando, modelando, plaza del ayuntamiento, creando pequeñas vasijas, parece fácil. Manos que mojan agua y moldean, e hilo que corta el barro, y la materia prima que gira sin parar. Luego pintar, luego hornear. Miles de piezas alrededor. Tienda rebosante. Dice que el nombre, o la marca, le deberían pertenecer a él. Amigo de Sabina. Nos habla del chupacharcos y nos lo demuestra. Como extraer agua del arroyo, aprovechando lo limpio, ni el fondo ni la superficie. Herencia del tiempo, de las mujeres árabes. Dejamos a Juan trabajando, pelo blanco, largo. Paseamos hasta la Basílica de Santa María de los Reales Alcazares. Edificada sobre mezquita tras la conquista de la ciudad en 1233 por Fernando III. Infinitas reformas. Guerras y demás hacen que el templo haya tenido diferentes configuraciones. Mucha escultura del XX, obras que saldrán en procesión, de Jacinto Higueras y Francisco Palma. Cofradías lejanas en el tiempo, como de 1577, la de Jesús Nazareno. Altar presidido por Cristo crucificado, el de los cuatro clavos, obra del XV. En escorzo. De Benlliure un Jesús caído, de 1942. Y un Cristo de los Toreros, anónimo, del XVII. Noche de luces amarillas, o tarde. Poca vida en la zona céntrica. Es lunes. En San Pedro dos feligreses y monjas tras la celosía. La misa va a comenzar. Tapas con cañas en la cantina de la estación. Y un par de ellas mas aparte. Vagón de otros siglos como comedor para cenar de carta. Soledad en la vuelta. Sueños bajo vigas de madera y paredes blancas. Silencio absoluto en la noche.

domingo, 20 de noviembre de 2016

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Miles de almas en danza. Paradas o moviéndose lentamente. Depende de si van al norte o al sur. Hacia el norte el tránsito es lánguido, interminable. Buscando su trabajo. Viajamos hacia el sur. Lunes de mañana. La semana empieza para todos. Kilómetros de asfalto y de atasco. Llegarán, siempre sucede. Así un día sí y otro también. Antes del límite de la provincia de Madrid el tráfico se diluye. Sólo quedamos los que se aventuran en tierras de Castilla y los que se fueron tan lejos a vivir buscando otra cosa. Algo más que coche. Llega el lunes para recordar que el coche es básico. La solución puede ser trabajar en un pueblo. Los muchos que visitamos alejados de las grandes urbes viven a otro ritmo. El suyo propio, el tirarse de la cama y estar en el trabajo, como nos cuenta el empleado de un parking de Úbeda. Probó Madrid, dos años, y no podía vivir ahí. El ir a casa a comer, volver y otra vez a casa, a un paso, es un lujo. El no estar parado mirando luces infinitas y caras somnolientas. Eso debe de valer algo. En la gran urbe, todo tan impersonal y anónimo puede ser maravilloso. Pero con coste. Niebla en el Tajo que surca Aranjuez. Esporádica. Dijo alguien en la tele, definiéndose, “soy esporádico”. Será que aparece y desaparece, o vive y muere cada día. Sol que nace por el este y ciega. Pueblo con nombre de antaño. Llanos del Caudillo. Dice el alcalde que estaría dispuesto a someter a referéndum el cambio de nombre. Denunciado por incumplir la Ley de Memoria Histórica. Ya un anterior plebiscito votó en contra del cambio. Frío en La Mancha. Pasamos Despeñaperros y aparecen los olivos. Manchas verdes sobre tierra, ingentes hileras. Paisaje distinto. Aceitunas por recoger o recogidas. Toda una cultura, la del olivo, y una provincia que vive en torno a él. Llegamos a Úbeda. Nos cuenta Macarena, dueña del hotel, que debería llover para madurar lo que queda por recoger. Hay diversos momentos para ello. Un aceite temprano, ya a la venta y el que saldrá de la siguiente recogida. Colores verdes y otros mas oscuros para ese fruto de formas caprichosas. Amabilidad y mil explicaciones en nuestra llegada. Hotel con encanto, casa solariega del XVI en plaza del mismo nombre, Álvaro de Torres, regidor de Úbeda. Frío y sol. Esa será la constante de los primeros días. Tiempo de visitas, empezamos por la plaza Vázquez de Molina. Extensa y llena de piedra. Preciosa. En un frente la Sacra Capilla del Salvador. Vázquez de Molina estuvo al servicio de Carlos V, y heredó la función de secretario de estado a la muerte de su tío Francisco de los Cobos. Es éste quien manda construir en 1536 la Capilla de El Salvador, para que sirva como panteón familiar. Imponente edificio por fuera, parece recogerse en su interior. Diego de Siloé como diseñador y Andrés de Vandelvira como ejecutor. La obra se concluye en 1559. En la cripta enterraron los cuerpos de De los Cobos y esposa. El esculpido de la portada es obra de Esteban Jamete, francés, de quien dice la audio guía que trabajaba mejor bajo la influencia del vino. El retablo es del XVI, encargo de María de Mendoza en 1559, ya viuda del secretario real. Lo talló Alonso Berruguete. Puro espectáculo. Seis figuras, cinco rehechas tras la guerra civil siguiendo fotos antiguas e intentando mantener la ejecución de Berruguete. Quedó el Salvador solamente. Se salvó de la destrucción al no poder ser separado del retablo. Hora de comer. Siguiendo recomendaciones vamos a la Imprenta. Menú del día por 18 euros. Bonita decoración. Mantelería de flores antiguas, grises y negros. Estilo papel pintado de nuestras casas de la infancia. Local pequeño que en otros días sería imposible visitar sin reserva. El potaje de garbanzos y espinacas es difícilmente superable. El bacalao al horno gratinado con alioli también. Un placer para los sentidos.

sábado, 12 de noviembre de 2016

chiisakobee



Manga, se lee al revés. Todo es diferente. Adaptación de una obra de Yamamoto. Japonés. Los rasgos orientales casi perdidos. Los personajes se dibujan, esbeltos. Todo por descubrir. Dos mujeres, un hombre, unos niños. Una tragedia. Todo por venir. El primer volumen acaba. El título se nombra, al final. Hay que seguir leyendo, ¿qué hay detrás de todo esto?

Chiisakobee. Minetaro Mochizuki. 2013

la hija



Escondido en la biblioteca. Regalo de cumpleaños, de hace siete ya. Muchos libros en uno, quizás. Una primera parte oscura y dura. La infancia descarnada. Emigrantes alemanes huyendo de los nazis. La palabra judío no se nombra. La religión está fuera de sus vidas. América y la tierra prometida. La miseria. El idioma. El ambiente se vuelve opresivo, no se puede vivir así. ¿Hubo amor en algún punto? Toda la vida se quedó en Europa. Desencadenantes, sucesos. Una nueva vida. A olvidar lo pasado. Matrimonio, huída, miedo. Sigue la dureza. Hay que seguir huyendo. Es ella, la protagonista. No lo hará sola. Otra vida, nueva. Diferente. Momentos de felicidad. Parece mentira. Sin querer mirar atrás. Es imposible. Un final con cartas, con miradas. Novela para no olvidar.

La hija del sepulturero. Joyce Carol Oates. 2007