sábado, 30 de enero de 2016

terra



Libros de fotos que hablan por sí solas. Con dedicatoria inicial, para los millares de familias de brasileños sin tierra…..El MST de Brasil continúa su lucha. Chico Buarque acompaña con versos. Y Saramago con su palabra. Los trabajadores rurales sin tierra siguen movilizándose. Buscando su pedazo de dignidad. Las fotos nos interrogan, sobre todo los niños. De ojos abiertos pero casi sin inocencia. Han visto todo lo que algunos no veremos en mil vidas. Habrán crecido y nada de sabe de ellos. Masas buscando lo que buscaron sus padres, y sus abuelos, y así hasta el infinito. Acaba Saramago: Un derecho que respete, una justicia que cumpla.

Terra. Sebastiao Salgado. 1997

juan de dios



El volumen dedicado a la figura del santo comprende el escrito que publicó en 1585 Francisco de Castro, entonces rector del Hospital de San Juan de Dios de Granada, intentando mantener viva la memoria de la vida del que había fallecido años antes, en 1550. Le acompañan cartas del santo y testimonios que acompañaron al proceso de beatificación del que nació en Portugal en 1495. Pastor, soldado y librero, “salvado” por San Juan de Ávila, al que oye predicar un día en la capital granadina. Ahí empezó todo, y de aquí y de allá, con limosnas y súplicas empieza a albergar pobres, desamparados y enfermos. Con ayuda de grandes y menos grandes, con viajes a Valladolid para recaudar todo lo que se pueda. En la capital andaluza se topará con Antón Martín, a quien engancha para su causa y que luego  continuará su obra en Madrid. Mudos, locos y perláticos se dejan ayudar. Siempre dispuesto al prójimo,  su nombre no se olvida, todos le recuerdan pasados unos años, testimonios que pasaban de unos a otros, que rememoraban esa ocasión donde lo habían visto hacer algo excepcional, normal para él.


Primicias históricas de San Juan de Dios (el hombre que supo amar). M.Gomez-Moreno. 1950
 

plaza españa



Los tiempos corren, o pasan, y los nombres cambian. De plaza España pasó a ser Nueva. Nunca podré acostumbrarme. Recuerdo coches pasando. Antes de convertirla en lugar de juegos y de solaz para todos. Había bares, ahora hay mas. Había una tienda de periódicos, el Globo. Ya no está, aquella donde el escaparate dejaba volar la imaginación del niño que miraba. Mercados de sellos y monedas en domingo. Una escalera, ya desaparecida, que comunicaba Mateo de Moraza con la plaza. Para bajarla corriendo y subirla mas corriendo aún. Los carritos de chuches, de cromos y de sobres de soldados y de maquetas de plástico que simulaban barcos y aviones. Comerciantes que se hacían mayores y se morían. El barquillero, con mil años, esparciendo esa mezcla amarilla en la negra plancha. Sabía a gloria crujiente. Siempre hubo niños, ahora y entonces. Pero entonces estaba yo, con espada al cinto, o con pistola. Disparando, luchando, subiendo y bajando, jugando a ser mosquetero o caballero, vaquero o policía. Jugando a ser bueno en un mundo de malos. A ganar al malo. A pillarle y a que no te pillen. Horas de juegos. Dónde están. Horas de sueños. Se soñaron y se olvidaron. Cuesta arriba hacia casa. Nada importaba.

correos



Un recuerdo del viejo edificio de Correos. Los leones, o sus cabezas, de grandes fauces y ojos abiertos. Nunca cerraron la boca, y lo tenían fácil. Atrapar presas nunca fue tan claro. Las cartas parecían resbalar. Yo imaginaba un tobogán gigante, y quizás alguien recibiendo al otro lado. Los leones nunca rugían, nunca dormían, siempre esperando a que un niño acompañado de su padre alcance su boca, o le ayuden y lo levanten y se vuelva a preguntar si es posible que algún día el animal dorado cierre la boca, por primera vez. Y le toque a él, que sólo está de paso, que deposita lo que su padre necesita. Cartas blancas o postales de colores. Letras que ya descansan en el interior de ese edificio al que sólo se accede subiendo escaleras. La melena descansa, el león en reposo, eterno, es de noche, y todos duermen, hasta ellos, con ojos abiertos.

autobuses



La estación de autobuses de la calle Francia en fotos no parece la misma. Edificio gris, debería haber sido rehabilitado para guardar la memoria de tantos viajeros. Las historias de estaciones son tan numerosas como visitantes recibe. Los que se subían al coche de línea y los que se quedaban. Los que esperaban a la marcha y los que no. Cabezas apoyadas en cristal frío o cabezas que no quieren ver. Despedidas y bienvenidas, hola y adiós, largos de semanas o meses, o cortos, de días u horas. Pueblos que conectan con la capital y ésta que conecta con otro mundo. Un olor dentro y fuera, de gases de combustión, y ese olor peculiar de los autobuses en su interior. Antes se fumaba. Ahora sería insoportable. Las manos se quieren mover o no, a veces un gesto. Periódicos para acompañar y espera en andenes que se ennegrecen. Preguntas al conductor para asegurarse. Algunos llevan chaqueta de empresa. El bar siempre abierto. Recuerdo de croquetas. La estación se desplazó una calle y luego se marchó lejos. En su lugar arte. El edificio hubiera merecido algo más. Quizás vaguen sombras todavía. De esos que no querían marchar y no volvieron mas, de esos que hicieron un gesto, esbozaron quizás una mueca de sonrisa y luego lloraron sin más, escondidos tras los cristales.