Pasan los años y algo
hace inmarcesible esta historia, lo dice el prologuista. No marchitable. Afortunadamente la realidad se
marchita, y cambia. En tus tiempos como hoy, decía un profesor mío, sí pero no,
todo cambia, suele ser a mejor, aunque no del todo, lo marginal siempre existe,
lo desheredado abunda, aunque no esté aquí cerca. Madrid se despierta hoy y los
sin techo desperezan su día al tímido calor de la mañana. Algunos miran la
vida, como todos los días, otros lavan su cuerpo en fuentes públicas de calles
señoriales, señores también, manteniendo la dignidad. Y esto viene a cuenta de la
novela de Pío Baroja, La lucha por la vida, que habla de sueños, y ese concepto
también es no marchitable. Y la novela se divide en tres partes, La busca, Mala
hierba y Aurora roja. Y corre el principio del siglo XX cuando Madrid está
lleno de desheredados, huérfanos, traficantes de sueños, miseria y desigualdad.
Cuando La busca empieza, se define el tiempo, como “el cañamazo donde bordamos
las tonterías de nuestra vida”, y ese comienzo deja paso a un realismo seco y
cortante, no comentado, se habla del “comunismo del hambre” y de un salvajismo
que no es dulce sino desgarrador. Y Manuel, el protagonista, niño crecido a la
fuerza, desea salir de ese mundo de oscuridad y mal, aburrido de esa vida, y
poco a poco, ¡adelante, siempre!, progresa, se aparta de la mala compañía, y
aunque las piedras se interponen por doquier, se esquivan los golpes.
Inimaginable es para mí la vida que retrata Baroja. Lo más parecido nos queda
lejos, aunque sólo la ventanilla de un coche se interponga entre nosotros y el
que pide o el que no pide; alguno quizás sueña con salir o quizás haya ya claudicado,
pero nos quedan en las antípodas. Novela
por entregas en su época, me imagino a los coetáneos esperando la siguiente
entrega, rodeados de eso mismo que se cuenta. Pasado un siglo Madrid resplandece
al sol, y ya no habita la miseria, al menos a simple y dormida vista de
conductor.
La lucha por la
vida. Pío Baroja. 1904.